La lista de los sentimientos pronto está hecha: amor desprovisto de la capacidad de odiar; benevolencia sin ninguna exclusión; compasión, que no piedad siempre dispuesta a convertirse en desprecio; gratitud y no agradecimiento con la esperanza de recibir más. Finalmente, un sentimiento peculiar, el de la armonía con la naturaleza, la belleza de un lugar, la delicadeza o la elevación manifiesta de una obra de arte que de pronto nos embarga, nos invade, barriendo todo pensamiento. Todo sentimiento es empatía con el mundo exterior y se acerca a la experiencia de la unidad.
En cuanto a la enumeración de las emociones, es larga y la conocemos bien. He aquí las ocho emociones que se catalogan en la India: amor, risa, exultación y tristeza, que responden a la atracción; cólera, miedo, sorpresa y disgusto, en el ámbito de la repulsión. Añadamos el orgullo, el resentimiento, la vergüenza, la envidia y los celos.
Pero la emoción fundamental, original, es el miedo. Original porque surge en el mismo comienzo de la vida, incluso en el feto. Fundamental porque se introduce en todos los corazones y da nacimiento o se une a un buen número de emociones. La prueba de la emoción: el malestar. Atributos: exceso, compulsión, dominación. Una desmesura de la que nace el malestar. Además, la prueba clave para detectar la emoción es la pregunta: ¿estoy a gusto o no? ¿Siento malestar? Una y otra vez la emoción hierve con el rechazo que la sostiene. ¿Sentimos una molestia, aunque sea ligera? La emoción se camufla o se esconde. Visible o inhibida, contenida por el orgullo, la conveniencia o el respeto por el otro, e incluso ignorada, está ahí.