En materia de cortesía nunca se sabe cómo acertar, porque los códigos varían no sólo según culturas, sino en el seno de grupos humanos reducidos e incluso de un individuo a otro.
En ‘La importancia de llamarse Ernesto’, Oscar Wilde puso en boca de un personaje la expresión ‘maneras antes que morales’ que apuntaba a la hipocresía de las clases altas en la Inglaterra eduardiana. Esta buena educación basada exclusivamente en las maneras contempla el trato humano como un conjunto rígido de reglas para salir del paso en situaciones difíciles o comprometidas. Hay quien es educado porque le resultaría insoportable actuar al dictado de una ‘sinceridad’ o ‘autenticidad’ conforme a la cual todos dijeran lo que verdaderamente piensan de los otros o hicieran aquello que les indicasen sus impulsos. Educación como autorrepresión, pues.
La decadencia de la buena educación en una sociedad donde ya nadie trata a sus mayores de usted ni les cede el asiento en el autobús está lejos de encarnar un supuesto ideal democrático, como a veces se nos pretende hacer creer. Es un síntoma más de nuestro creciente egoísmo, por más que se lo quiera pintar como un simple cambio producto de la evolución de las costumbres, como un tránsito de vieja rigidez autoritaria a la refrescante llaneza igualitaria.
Ese conjunto de formalismos que llamamos buena educación evita que sucumbamos a la barbarie, o por lo menos nos hace la vida más agradable. De ahí su naturaleza moral, además de formal. Quizá la convivencia civilizada pueda resumirse, como señalaba el filósofo Emmanuel Levinas, en una sola frase: ‘usted primero’. La entrega de una parte de nuestro tiempo. Una frase que implica el reconocimiento del otro como entidad existente, como ser digno de consideración, como persona merecedora de respeto.
La buena educación es una opción moral más que una adquisición cultural: es la que trasmite el aprecio por los otros, la importancia que les concedemos en el trato y en la comunicación, el respeto por sus circunstancias, el hecho de que los tenemos en cuenta, y en definitiva la conciencia de que somos seres sociales e interdependientes. Aquí reside su auténtica condición moral. No hay que temer si desconocemos los códigos concretos de urbanidad que rigen allí donde vayamos, mientras seamos capaces de exteriorizar a través de nuestros actos el reconocimiento que nos inspiran los demás.
MODALES:
- La cortesía nos obliga a pensar en los defectos propios para disimular los ajenos y no se debe pensar en éstos para justificar los propios.
- La cortesía impone utilizar palabras festivas para que en el rostro florezca la risa y se disipen las nubes de la tristeza y nos aconseja frases amables para todo el mundo.
- Snob: el que pide en un gran restaurante gallinejas.
- Cursi: el que pide caviar en una taberna.
- Brindis: de pie y con pocas palabras.
- No hables de ti: ni bien ni mal. Bien no nos creerían y mal sí fácilmente.
- Te cuentan un chiste, te ríes aunque no lo entiendes y te preguntan por que te ríes si no lo entiendes. Respuesta: porque son muy educado.
- El buen conversador no es el que habla más sino el que conoce el secreto para hacer hablar a los demás, prefiriendo ofrecerle hábilmente ocasiones de hacer un buen papel en vez de demostrar él su superioridad.
- Nada hay más convincente que una afirmación inteligente hecha en tono natural de voz y con parquedad de ademanes.
‘No dar prisa para que se marche ni retener al que quiere partir’. Homero.
‘El placer de los banquetes debe medirse no por la abundancia de los manjares sino por la reunión de los amigos y por su conversación’. Cicerón.
‘La suavidad en el trato y el sufrirse unos a otros mutuamente es un fundamento de paz y un vínculo de perfección que une los corazones’. S. Vicente de Paúl.
‘El secreto para hacerse agradable en las conversaciones es no explicar demasiado las cosas, decirlas a medias, dejando algo para que lo adivinen los demás, es una señal de la buena opinión en que se los tiene y no hay cosa que más halague su amor propio’. F. de La Rochefoucauld.
‘La ley no escrita de la conversación ordena que los interlocutores o contertulios vayan alternando en proporciones más o menos iguales. William Habdy
‘El Charlatán pretende hacerse amar y sólo consigue ser aborrecido; quiere ser obsequioso y no logra sino hacerse inoportuno; busca el que se le admire y se pone en ridículo; gasta para no recoger; ofende a su amigo; sirve a sus enemigos y trabaja en su propia ruina’. Plutarco.
‘Las cosas más grandes no deben decirse sino sencillamente; el tono enfático las perjudica. Las pequeñas se corroboran mediante la naturalidad y por el tono y modo de decirlas’. Jean de Bruyere.
‘Los modales forman, al fin, un rico barniz con que se colorea la rutina de la vida y se adorna sus detalles y aunque sean superficiales, recuérdese que también lo son las gotas de rocío y sin embargo, hacen florecer y arraigar las plantas que hermosean las praderas.’ Emerson.
‘Con la primera copa el hombre bebe vino, con la segunda el vino bebe vino, con la tercera el vino, bebe al hombre’. Proverbio japonés.
‘La urbanidad consiste esencialmente en conducirnos, de palabra, obra de modo que los demás se queden encantados de nuestra presencia y de nuestro trato’. John Wolcott Prelps.
‘La verdadera educación no es más que la confianza en el género humano’. Henry David Thoreau.
‘La buena educación cuesta poco y compra mucho’. Montaigne.
‘El egoísmo inspira tal horror que hemos inventado la cortesía para disimularlo’. Arthur Schopenhauer.
‘Sed corteses. Escribid con diplomacia. Hasta una declaración de guerra debe observar las reglas de la buena educación’. Otto von Bismark.