Escuchar es un arte que requiere cierto talento y esfuerzo, pues sólo haciéndolo de manera atenta podemos llegar a conocer los sentimientos o pensamientos que subyacen tras el discurso. Lo maravilloso de escuchar de manera atenta radica en que se puede entender la intención que existe detrás del diálogo, algo fundamental, pues las palabras en sí mismas nunca serán suficientes para expresar los sentimientos, y, además, la propia timidez o los convencionalismo nos impiden ser del todo sinceros con quien tenemos delante. En nuestra vida cotidiana constantemente estamos enviando y recibiendo mensajes no verbales (muecas, gestos, señales corporales), que pueden ser mucho más reveladores que aquello que nos trasmiten o trasmitimos mediante el lenguaje.
Pocas cosas resultan más molestas que la sensación de no ser escuhados. Habitualmente sentimos la necesidad de comunicar aquello que sentimos en la experiencia de nuestros mundos privados, separados. Éste es el motivo por el cual un oído dispuesto a escuchar resulta una fuerza tan poderosa en las relaciones humanas y por el que el fracaso en ser escuchados y comprendidos resulta tan doloroso.
Gran parte de los conflictos de la vida y los problemas de entendimiento entre las personas, se pueden explicar por un simple y triste hecho: en realidad, no nos escuchamos unos a otros. En el seno de las parejas y de las familias nos herimos unos a otros, por no ser capaces de escuchar lo que cada uno dice. En cualquier terreno, interpretamos el no ser escuchados como falta de interés por nosotros mismos.
Lanzarnos a decir lo que tenemos en mente -incluso antes de acusar recibo de lo que la otra persona ha dicho- estropea la posibilidad de entendimiento mutuo. El conflicto no desaparece necesariamente al escuchar el punto de vista del otro, pero es casi seguro que si no lo hacemos, empeorará.
La mayoría de los fracasos de la comprensión resultan de las reacciones defensivas que impiden el entendimiento y el contacto. Cada uno de nosotros manifiesta reacciones emocionales características en las relaciones más significativas. No oímos lo que nos dicen porque hay algo en el mensaje del que nos habla que dispara el miedo, el enfado o el dolor y entonces nos cerramos al otro en una actitud defensiva.
Para convertirnos en mejores oyentes y utilizar la empatía a fin de transformar nuestras relaciones, debemos identificar y dominar los desencadenantes emocionales que generan ansiedad y causan conflictos y desavenencias. Podemos entendernos unos a otros una vez que aprendamos a reconocer nuestras reacciones defensivas y nos responsabilicemos de nuestras respuestas.
La mayor parte de nosotros todavía disfruta conversando sincera y abiertamente durante horas con unos pocos amigos. De hecho, la conversación con estos puede servir de modelo de conversación: lo bastante libre para hablar de lo que importa, suficientemente atenta (y suficientemente libre de amenaza) para escuchar, comprender y aceptar, lo bastante honesta como para poder decir la verdad, y lo suficientemente discreta para saber cuándo no hacerlo. Muchas relaciones pueden ser así.
Cuando nos comunicábamos con los gestos y la mirada, no podíamos ocultar nuestros verdaderos sentimientos. Si bien el lenguaje nos ha aportado innumerables tesoros, como la literatura, la poesía o la trasmisión de conocimientos, también nos ha desprovisto de otros, porque las emociones empezaron a cubrirse de vestiduras, de adornos, de conceptos que amplían la visión pero que al tiempo generan malentendidos y dificultades de comprensión.
Descifrar los silencios: tras los silencios se protegen los más profundos deseos del alma, los más recónditos sentimientos, que en muchas ocasiones anhelan ser escuchados y atendidos. Pero vivimos rodeados de tanto ruido que hemos perdido la capacidad de escuchar esa voz del silencio de quienes nos aman o nos rechazan. Para comprender a quienes te rodean, necesitas ir más allá de sus palabras: traspasar el ‘ruido’ que emiten y conectar con su silencio, porque es el que expresa lo que realmente intentan decir aunque no sepan cómo. Escuchar es derribar las barreas que levantan las palabras, traspasar la mirada y los gestos, acallar nuestra voz interna, nuestras interpretaciones, nuestras ideologías, nuestros equivocados razonamientos, nuestras palabras. Porque nuestra mente dosifica inconscientemente todo cuanto oímos y nuestro egocentrismo nos vuelve sordos. Cuando te des cuenta, sabrás que lo que sobran son palabras y lo que falta es actitud positiva para entenderlas.
FORMAS DE ESCUCHAR:
- La escucha del sordo: es el que, cuando le cuentan algo, simultáneamente argumentan en su mente las palabras que oye, las debate, las compara con sus ideas, las cuestiona y, a menudo, las rechaza, bien porque no está de acuerdo o porque no le interesa hacer caso. ésta es la escucha del sordo, quien oye sólo lo que quiere oír.
- La escucha del receptivo: la escucha emocional de la persona receptiva está desprovista de sus propios pensamientos, de su intelecto, de su egocentrismo. Es una escucha sincera, con la clara intención de comprender aquello que le están diciendo, desde la emoción, la simpatía y el amor, invitando al otro a que exponga sus miedos, sus alegrías, sus vivencias dulces o amargas.
- La escucha del sabio: esta forma de escuchar requiere una gran inteligencia emocional y es aquella que asimila correctamente lo que nos quieren decir, aun cuando no nos digan nada. Es la que atiende a las palabras, pero también a los gestos, miradas y silencios. Se trata de ser conscientes no de lo que nos dicen, sino de lo que nos quieren decir. La escucha más completa y más compleja, pues conecta empáticamente con las necesidades emocionales de familiares, compañeros de trabajo, amigos o desconocidos.
ESCUCHA EMPÁTICA:
- Escucha empática quiere decir escuchar con la intención de comprender. Procurar primero comprender, comprender realmente.
- La escucha empática entra en el marco de referencia de la otra persona. Ve las cosas a través de ese marco, ve el mundo como lo ve esa persona, trata de comprender su modelo, de comprender lo que siente.
- Empatía no es simpatía. La simpatía es una forma de acuerdo, una forma de juicio. Y a veces es la emoción y la respuesta más apropiada. Pero a menudo la gente se nutre, se alimenta con la simpatía, lo cual la hace dependiente. La esencia de la escucha empática no consiste en estar de acuerdo; consiste en comprender profunda y completamente a la otra persona, tanto emocional como intelectualmente
- Los expertos en comunicación estiman que, en realidad, sólo el 10 % de lo que comunicamos está representado por palabras. Otro 30 por ciento se vehiculiza a través de diversos sonidos, y el 60 % restante es lenguaje corporal.
- En la escucha empática, uno escucha con los oídos, pero también (y esto es más importante) con los ojos y el corazón. Se observan las expresiones de los sentimientos, se captan los significados de las conductas. Se utiliza tanto el cerebro derecho como el izquierdo. Percibimos, intuimos, sentimos.
- La escucha empática es tan poderosa porque nos proporciona datos precisos. En lugar de proyectar nuestra propia autobiografía y dar por supuestos ciertos pensamientos, sentimientos, motivos e interpretaciones, abordamos la realidad que está dentro de la cabeza y el corazón de la otra persona. Escuchamos para comprender. Nos concentramos en la comprensión de las comunicaciones profundas del otro.
- La escucha empática, es profundamente terapéutica y curativa porque proporciona ‘un ambiente psicológico de aceptación’. Cuando uno escucha con empatía a otra persona, le proporciona aire psicológico. Esa necesidad de aire psicológico afecta a la comunicación en todos los ámbitos de las relaciones y en todas las áreas de la vida.