Valores

La imparable violencia machista, los desencuentros irresolubles entre padres e hijos, el culto que rinden a la violencia ciertos sectores juveniles, el fenómeno de adolescentes descontrolados durante fines de semana llenos de drogas y alcohol, el creciente fracaso escolar y la desmotivación de chicos y chicas, la competitividad inhumana… son manifestaciones de una problemática que tiene muchas causas, una de las cuales podría ser la quiebra de valores universales despreciados por su aroma a viejo o poco moderno, como el respeto a las personas mayores, el cuidado con las cosas que son de todos o la cultura del esfuerzo como medio para el progreso material y personal.  Para tener una sociedad sana, es preciso que padres, educadores y medios de comunicación, rescatemos esos valores auténticos que promueven la vida en sociedad y dotan de un sentido humano, cívico y solidario a nuestras vidas.

La carencia de un sistema de valores definido y compartido por la mayoría de la población instala al sujeto, especialmente al menos maduro, en la indefinición e indefensión y en un vacío existencial que le deja dependiente de otros y de los criterios de conducta y modas más peregrinos. Por el contrario, los valores asumidos como cultura, como lo que compartimos con los seres humanos que nos rodean, nos ayudan a saber quiénes somos, a dónde vamos, qué queremos y qué medios o herramientas nos pueden conducir al bienestar material y emocional, y a la felicidad. Estos valores no dependen de los tiempos ni de las coyunturas, nada tienen que ver con el sistema económicos o político vigente ni con las circunstancias o modas del momento.  Por su vinculación con la dignidad humana, porque promulgan el respeto a las opiniones y necesidades de los demás, son valores que no pueden desarrollarse si no vivimos en libertad y en coherencia con unos principios relacionados con la responsabilidad de entender que todos somos seres humanos, con nuestra dignidad, necesidades, gustos y nuestra propio mundo afectivo.

En las últimas décadas han primado unas posturas pedagógicas permisivas y abiertas, basadas en el dejar hacer y en el principio de no coacción a la espontaneidad de la persona.  La experiencia aperturista no ha sido del todo positiva. A los adolescentes les cuesta reconocer la autoridad moral de padres y educadores y los problemas de convivencia afloran en muchas familias.  Y son demasiados los jóvenes que se comportan ignorando los más elementales principios de solidaridad y respeto a los demás.

De un seco autoritarismo, poco proclive a las explicaciones o a escuchar, hemos pasado a casi una permisividad del ‘todo vale’ y se estima que quizá tardemos toda una generación en recuperar una autoridad que fija y marca límites justos, razonables y negociables, necesarios para el aprendizaje de la libertad personal y la convivencia social.

Si no se discute que es difícil educar en valores cuando se mantiene una actitud controladora y represiva, cada día está más claro que no es más sencillo conseguirlo desde la tolerancia casi sin límites que parece reinar hoy en muchos hogares.  No son pocos los padres y educadores, y en general adultos, que temen contrariar a los jóvenes. Tienen la idea errónea de que lo importante es ser populares con ellos, más que buenos educadores, aunque para eso haya que exigir una línea de acción disciplinada.

Sólo en la medida que vivamos los valores que queremos transmitir conseguiremos el objetivo.  Porque educar es, fundamentalmente, comunicar a través del ejemplo, trasmitir actitudes y comportamientos.  No olvidemos nunca que ante los educandos somos sus modelos.  Más que por lo que se les dice, los educandos aprenden por imitación.

VALORES RESCATABLES:

  • Respetar a las personas mayores:
  • Prestigiar a los educadores.
  • Solidaridad con los débiles y marginados, que nos rodean.
  • Respeto a los bienes y servicios públicos.
  • No dejarse llevar por el consumismo.
  • Aprender a escuchar de forma incondicional (sin juicios ni prejuicios), activa y empática, comunicando de verdad con el interlocutor e intentando ponernos en su piel.
  • Aprender a esperar, a respetar el turno.
  • Aprender a perder, a fallar: asumir el fracaso como proceso básico de todo aprendizaje de crecimiento personal.
  • Desarrollar el sentido de responsabilidad.
  • Potenciar la autoestima; el acompañante más valioso.