Uno no puede ser físicamente sensible si come en exceso, ni puede llegar a ser sensible pasando hambre o ayunando. Uno tiene que estar atento a lo que come. Ha de tener un cerebro sensible; es decir, un cerebro que no esté funcionando en forma de hábitos, en pos de su pequeño placer particular, sexual o de otra índole (65).
El cuerpo ha de ser sensible, de otro modo no se puede tener un cerebro claro. Podemos ver el hecho sencillo de que necesitamos un cuerpo muy saludable, sensible y alerta, y un cerebro que funcione con gran claridad, no de forma emocional ni personal (65).
Un cuerpo sensible implica la dieta correcta, el correcto modo de vivir (72).
El cuerpo debe ser altamente sensible. No obeso, no entregado en demasiada a la comida, a la bebida, al sexo y a todo cuanto hace que el cuerpo se embote, se torne grosero, pesado. Ustedes tienen que comprender todo eso. El mismo acto de verlo hace que coman menos, da al cuerpo su propia inteligencia. Si existe una percepción alerta del cuerpo, si no se le fuerza, entonces el cuerpo se vuelve muy, muy sensible, como un bello instrumento. Y lo mismo ocurre con el corazón, o sea, que éste nunca es lastimado ni puede lastimar a otro (39).
Nos importa, no sólo el cultivo de la mente y el despertar de la sensibilidad emocional, sino también un desarrollo armónico del cuerpo. A esto debemos prestar una considerable atención, porque si el cuerpo carece de salud y vitalidad, inevitablemente pervertirá al pensamiento y contribuirá a la insensibilidad (68).
Debemos tener sensibilidad, un sentimiento extraordinario hacia todo: hacia el animal, hacia el gato que se pasea encima del muro, hacia la escualidez, la suciedad, la inmundicia de los seres humanos que viven en la extrema pobreza, en la desesperación. Debemos ser sensibles, lo cual implica sentir intensamente, no en cierta dirección particular, no como una emoción que va y viene, sino ser sensibles con nuestros nervios, nuestros ojos, nuestro cuerpo, nuestros oídos, nuestra voz. Debemos ser completamente sensibles todo el tiempo. A menos que uno sea tan plenamente sensible, no hay inteligencia (42).
Debido a que las sensaciones, los sentimientos engendran conflicto, para evitar el conflicto se ha abogado por la disciplina, el control, la represión. Pero esto sólo genera resistencia y, de ese modo, incrementa el conflicto y produce mayor entorpecimiento e insensibilidad. El santo control y la represión son la santa insensibilidad y la brutal torpeza que tanto se respetan. Para tornar la mente más estúpida e insensible, se han inventado y divulgado los ideales y las conclusiones. Todas las formas de sensaciones, por refinadas o groseras que puedan ser, cultivan la resistencia y son causa de deterioro. La sensibilidad es el morir a cada residuo de sensación. Ser sensible, total o intensamente sensible a una flor, a una persona, a una sonrisa, es no tener cicatrices en la memoria, porque toda cicatriz destruye la sensibilidad. Estar alerta a cada sensación, sentimiento o pensamiento a medida que brotan, de instante en instante, sin preferencia alguna, es estar libre de cicatrices sin permitir que se forme ni una sola de ellas. Las sensaciones, los sentimientos, los pensamientos son siempre parciales, fragmentarios y destructivos. La sensibilidad es una armonía total del cuerpo, mente y corazón (48).
Para el monje, para el sanyasi [monje renunciante hinduista] los sentidos son la vía del dolor, salvo el pensamiento que debe dedicarse al dios para el cual se está condicionado. Pero el pensamiento pertenece a los sentidos. El pensamiento es lo que da origen al tiempo psicológico, y torna pecaminosa a la sensibilidad. La virtud consiste en ir más allá del pensamiento, y esa virtud es sensibilidad en su más alto grado, la cual es amor (48).
Autor: J. Krishnamurti.