Vivir llega consigo la inevitabilidad del cambio. La inevitabilidad del cambio no significa que todo cambio sea positivo en el sentido de aumentar el crecimiento y disminuir nuestros condicionamientos. Vivimos en un cambio continuo y seremos felices o desgraciados según cambiemos a mejor o peor.
A menudo nos damos cuenta de que estamos viviendo en una estrecha rutina de pensamiento y, rompiendo con ella, nos deslizamos a otra. A este cambio de hábito en hábito lo llamamos frecuentemente progreso, experiencia o evolución. Pero no es tal. Será progreso si nos vamos dando cuenta de las taras que limitan nuestro funcionamiento cotidiano. En el proceso de darnos cuenta se van corrigiendo.
Cuando somos jóvenes estamos pletóricos de vitalidad, de energía, de curiosidad… pero poco a poco comienza uno a asentarse adaptándose a las rutinas diarias.
Algunas personas quieren cambiar el mundo, y son los menos los que quieren cambiar ellos mismos. Uno puede cambiar de esto a aquello, pero eso no es cambio en absoluto. Es cambiar para seguir siendo lo mismo.
El cambio significa, en primer lugar, estar alerta a la realidad y vivir con ello. Ese proceso de ver la realidad produce la muerte de lo viejo, de lo caduco, de lo condicionado… y nos abre las puertas a un mundo nuevo pleno de sentido.
18 de Noviembre de 2015