O bien tenemos principios externos que nos han sido impuestos, o hemos desarrollado ideales internos conforme a los cuales vivimos. Los principios externos son impuestos por la sociedad, por la tradición, por la autoridad, todo lo cual se basa en el miedo. Estos son los principios que usamos constantemente como nuestra norma: ‘¿qué pensará mi vecino?’. ‘¿Qué sostiene la opinión pública?’. ‘¿Qué dicen los libros sagrados o los maestros?’. O desarrollamos una ley interna, la cual es nada más que una reacción [de la mente confusa] a lo externo; o sea, desarrollamos una creencia interna, un principio interno, basados en el recuerdo de la experiencia, en la reacción, para que nos guíen en el movimiento de la vida (12).
Existe no sólo el conflicto de nuestra relación con el medio, sino también el conflicto interno que, inevitablemente, se refleja en la moralidad social (14).
En lo exterior, me ajusto al modelo aceptado, a la norma social, es decir, soy ambicioso, envidioso, codicioso, competidor, y esto crea un terrible desorden en el mundo. En lo interior, quiero paz y tranquilidad, quiero serenidad y seguridad y ahí también -porque mi deseo es hallar placer- creo desorden. Veo, pues, que toda acción, en lo interno como en lo externo, produce desorden. Aunque lo que haga en lo exterior sea llamado moral, ético y todos los demás disparates, en realidad produce desorden (38).