Estamos libres en la medida que comenzamos a comprender y trascender las limitaciones del pensamiento. Antes de que uno empiece a predicar percepción alerta y libertad a otro, lo cual es bastante fácil, debe comenzar consigo mismo. En lugar de convertir a otros a nuestra particular forma de limitación, debemos empezar a liberarnos de la mezquindad y estrechez de nuestro propio pensamiento (14).
La verdadera libertad surge por obra del conocimiento propio que da origen al recto pensar (14).
Si uno no puede observar y comprender en sí mismo el proceso del pensamiento, no hay libertad (19).
El pensamiento no puede producir libertad. Puede inventar la idea de libertad, pero eso no es libertad (39).
La libertad -la libertad absoluta, no la relativa- sólo es posible cuando la mente comprende el pensamiento [está en silencio], el lugar que éste ocupa y la libertad con respecto al pensamiento. La búsqueda de la libertad es el movimiento del pensar (21).
El pensamiento es siempre viejo, porque responde desde el pasado; por lo tanto, el pensamiento jamás puede ser libre (37).
La libertad implica haber vaciado la mente por completo de lo conocido (47).
El pensamiento -que es la respuesta de la memoria, el resultado del tiempo, el resultado de muchos, muchos miles de ayeres- está tratando constantemente de establecer para sí mismo un estado de certeza. Pero la mente [confusa, condicionada] que está segura jamás podrá ser libre, ni tampoco lo podrá la mente que está incierta (47).
La libertad de la mente sólo puede tener lugar cuando el pensamiento no está engendrando al ‘yo’ (45).
Mientras la mente esté presa en la corriente de la memoria, agradable o desagradable, mientras esté utilizando el presente como un pasaje desde el pasado al futuro, nunca podrá ser libre. La libertad es entonces sólo una idea, no una cosa real (67).