¿Cuál es la razón de ser del trabajo interior? ¿Y cuál su utilidad? A grandes rasgos, la necesidad del trabajo interior puede resumirse en tres apartados.
Para equilibrar nuestra vida
En nuestra sociedad actual, vivimos desbordados por una multiplicidad de impresiones, de exigencias, de urgencias, que nos obligan a estar constantemente dependiendo del exterior, que nos obligan a estar continuamente atendiendo asuntos, problemas, gestiones, y que nos inducen a estar siempre en movimiento, en acción. Y así, si observamos nuestra vida, veremos que nos pasamos prácticamente todas las horas -desde que nos despertamos hasta que nos vamos a dormir-, pendientes del mundo exterior. Y eso no significa solamente pensar en el mundo exterior, sino que significa estar preocupados por el mundo exterior, estar «asomados» al exterior, pero con tensión, pues lo exterior representa para nosotros problemas que resolver, deseos que satisfacer, peligros de los que tenemos que defendernos, en definitiva significa lucha y lucha es sinónimo de tensión. Por lo tanto, dado el estilo de vida al que conducen las condiciones de la sociedad actual, estar pendientes del exterior significa estar en tensión, porque nos pasamos todo el día cultivando nuestro desarrollo hacia fuera, desarrollando nuestra mente, desarrollando nuestros sentidos, nuestras facultades operativas, motoras, dinámicas. Pero esto nos impide estar atentos, prestar atención, ser conscientes de nosotros mismos, darnos cuenta de que somos los protagonistas, de que somos los agentes, los «sujetos» de esta acción; y nuestro mundo interior, con sus contenidos y sus exigencias, va quedando relegado por esta prioridad que hemos aprendido a dar al mundo exterior. Así no es de extrañar que se produzcan en nosotros esos estados de fatiga, de angustia, y toda esa gran variedad de trastornos y distonías neurovegetativas que son del dominio de la medicina psicosomática. Nuestra vida fisiológica se resiente de este estado de tensión, se padece insomnio, hipertensión, se padece del estómago, estreñimiento, se padecen muchos trastornos frente a los cuales el médico se ve impotente para actuar, pues nos dice que no tenemos nada, que nuestro organismo está bien, que los órganos están sanos, nos dice que simplemente se trata de un trastorno funcional. Y aunque esto parece que alivia mucho al médico porque nos puede ofrecer un diagnóstico, nosotros nos quedamos con la misma alteración, con el mismo trastorno que antes. Para consolarnos nos da algunas pastillas, algunos sedantes, pero sabemos que estas medicinas aunque nos calmen los síntomas (a cambio de una pequeña intoxicación del sistema nervioso), no nos resolverán en absoluto el problema, el cual volverá a presentarse una y otra vez. Esta tensión hace que nuestra vida afectiva no pueda desarrollarse y no pueda adquirir una hondura, una amplitud, un equilibrio. Así vemos que todo el mundo anda con el ánimo crispado, con una susceptibilidad a flor de piel y que por cualquier motivo surgen disputas o problemas. Donde eso es más evidente es donde conviven las personas; en la familia, en los lugares de trabajo, se ofrece un muestrario constante de problemas debidos a esta poca fortaleza, a esta poca capacidad de encaje en el terreno afectivo. Nuestra mente se resiente también de este trastorno, pues nuestro organismo y nuestro psiquismo no están hechos para funcionar 16 ó 18 horas diarias en estado de tensión y pendientes del exterior, pues luego esta tensión se traduce en dificultad de concentración, en una disminución de la memoria -a veces en verdaderos lapsus mentales-, en una disminución de nuestra capacidad de asimilación de diferentes materias, etcétera. A veces, a la hora de solucionar problemas estamos tan tensos, tan complicados, tan «espesos», que nos es imposible encontrar las soluciones adecuadas. Se trata de un círculo vicioso en el que los problemas de funcionamiento nos plantean nuevos problemas además de los inevitables que ya nos plantea la propia vida de contacto con lo exterior. El resultado es que el ser humano vive agobiado, angustiado, pero esto parece que se considera ya como una condición normal de la persona de nuestra época. Cuando uno se da cuenta de que esto no va, de que esto no es deseable ni correcto, sea porque ha empezado a sentir síntomas alarmantes, o simplemente porque se da cuenta de que vive un ritmo antinatural, entonces busca una solución, y la solución verdadera no consiste en medicinas paliativas, sino que consiste en recuperar lo que es el verdadero ritmo natural de nosotros mismos, de nuestra naturaleza, de nuestras funciones. Y para recuperar el ritmo, para restablecer este equilibrio, no hay más remedio que la persona aprenda a descubrirse a sí misma, aprenda a encontrarse a ella misma, aprenda a descubrir cómo funciona, qué es lo que necesita interiormente, y aprenda a encontrar esas fuerzas interiores que tiene de reserva y que habitualmente no aprovecha, esas zonas de tranquilidad, de silencio, las cuales son la base de nuevas energías, de nuevas evidencias y de un nuevo entusiasmo para vivir. Se dice que el hombre de hoy en día está alienado, con lo cual se quiere decir que está fuera de sí, que está enajenado. En efecto, el hombre está fuera de su eje, no vive centrado sino que vive crispado hacia el exterior, y si quiere recuperar su equilibrio tiene que aprender a abrirse interiormente, a vivir su mundo interior al mismo tiempo que vive el mundo exterior, y sólo así evitará esa crispación, esa basculación constante hacia esta parte puramente exterior de su vida. Entonces el trabajo interior se convierte en un remedio eficaz, absoluto, definitivo, para sanar esos trastornos funcionales, esas distonías neurovegetativas y en general todas las enfermedades que son consecuencia de un modo anormal, no centrado, que son consecuencia de un modo defectuoso de estar en el mundo.
Para mejorar nuestra personalidad
Éste es otro objetivo del trabajo interior. Hay personas que aunque puedan tener esos problemas, no se dan cuenta de ellos, quizá porque esos problemas no alcanzan en ellos una urgencia, una gravedad. Por otra parte, sienten con más fuerza la necesidad de desarrollar unas nuevas capacidades, porque la vida exterior lo exige, y se dan cuenta de que si pudieran dar un rendimiento superior tendrían unas posibilidades (profesionales, sociales) mayores que las que tienen actualmente. También se da cuenta la persona de que si quiere ser más capaz, es de su interior que debe adquirir esta capacidad, es desde dentro que se ha de desarrollar. Entonces esta cultura interior de las facultades, esta cultura que no depende de los libros, que no se adquiere como los conocimientos técnicos sino que requiere una gimnasia interior, ese desarrollo interior, ha de hacerse mediante unas prácticas determinadas que le permitan ejercitar de una manera sistemática y directa sus facultades interiores. Algunas de las cualidades que se pueden desarrollar mediante el trabajo interior son las siguientes:
—tener una mayor serenidad para afrontar las situaciones;
—tener una mayor fuerza personal, una mayor capacidad de impacto;
—tener una mayor capacidad de concentración y de asimilación;
—poder asumir mayores responsabilidades (al aumentar su capacidad de rendimiento intelectual).
Eso es especialmente importante para las personas que no se satisfacen viviendo sólo las exigencias inmediatas, los objetivos que la vida les propone en distintos momentos, sino que sienten la necesidad de comprender el porqué de la vida y el porqué de las demás vidas, que sienten una necesidad de conocimiento, de verdad, una necesidad de conocerse más a sí mismos, una necesidad de ser más uno mismo…
La Mente, instrumento esencial
Para hacer esto que llamamos trabajo interior ¿de qué disponemos? ¿Cuáles son los instrumentos? El instrumento esencial del trabajo interior es la Mente. Pero con la mente se nos plantea enseguida un problema curioso; porque la mente es un instrumento de trabajo, pero al mismo tiempo es el principal obstáculo para el trabajo. Veamos por qué. Nuestra mente se ha acostumbrado a funcionar de un modo muy tenso, muy acelerado, crispado y superficial, porque -como hemos dicho- necesita estar constantemente atendiendo necesidades y exigencias del exterior, y como en estas necesidades y exigencias van involucradas cosas de valor para la persona -incluso de mucho valor-, la persona no sólo pone interés e inteligencia en la solución de sus problemas, sino que también pone miedo, ansia, y, a veces, desesperación. Esto hace que la mente ya no funcione en su capacidad puramente intelectual sino que quede envuelta por estos mecanismos afectivos que la traban. Del mismo modo que si pusiéramos unos objetos dentro de los engranajes de una maquinaria la trabarían, también todos los miedos, las impaciencias, las angustias, son verdaderos obstáculos que impiden el normal funcionamiento de nuestra maquinaria mental. Esto sucede porque nuestra mente se ha acostumbrado a funcionar así, se ha acostumbrado a buscar continuamente, a pasar de un objeto a otro con rapidez, sin ahondar, sin sopesar las cosas con profundidad, con serenidad, y está corriendo siempre al galope, de tal manera que cuando queremos imponerle el silencio no lo conseguimos; la mente va por su propio camino y adquiere autonomía, y muchas veces nos cuesta trabajo seguirla. Por eso, la mente, que es el medio de conocimiento, el medio de toma de conciencia, como habitualmente funciona con un ritmo acelerado, superficial y distorsionado, se convierte en un obstáculo cuando queremos manejarla para ahondar en nosotros, para contactar con lo que pueda existir de positivo en nuestro interior. Y cuando la persona quiere ahondar se encuentra con que no puede; cuando quiere concentrarse se encuentra con que la mente «se le va», se le escapa. La persona no es capaz de contactar con su propio interior porque nunca se ha interesado por ello, no se ha educado en esta dirección. Otra causa que convierte la mente en obstáculo lo constituye el que nos hemos acostumbrado a buscar soluciones a todos los problemas a través del pensamiento. Como los problemas del mundo exterior los manejamos por medio de esa capacidad de simbolización que es nuestro pensamiento y nuestro lenguaje, cuando sentimos un problema interior y queremos ahondar en él no sabemos adoptar más que esta misma herramienta y el mismo procedimiento que utilizamos para lo exterior: el simbolismo del pensamiento y el lenguaje. Pero nuestra realidad interior no podemos descubrirla mediante el pensamiento. Nuestra realidad interior necesita de otras capacidades mentales que no son el pensamiento. Necesita de nuestra lucidez, de nuestro intelecto, pero no de nuestra capacidad de razonar, la cual es una de las capacidades elementales de nuestra mente. Pero como en la vida diaria no utilizamos más que esta capacidad, queremos utilizar esta misma capacidad para resolver problemas interiores y para ahondar en nosotros mismos. De esta manera la mente se convierte en problema, en un nuevo obstáculo, cuando tratamos de descubrir de un modo más directo qué es nuestra esencia, nuestra realidad, nuestras fuerzas vivas. Pero a pesar de esto, la mente es el medio, la mente es camino.
La Atención. El «mirar»
Pero la mente se convierte en medio cuando descubrimos que hay una capacidad -de las muchas que tiene nuestra mente-, que es la que permite adentrarnos, ahondar, descubrir cosas nuevas, y esa capacidad nueva -y a la vez antigua-, esa capacidad especial que es la que se necesita para este trabajo de descubrimiento interior, es la atención sostenida. Hay una gran diferencia entre estar simplemente atentos a algo y el razonar sobre algo. Al razonar nos estamos pronunciando sobre ese algo, estamos formando símbolos, estamos juzgando, valorando, seleccionando. Pero cuando yo miro algo, cuando aprendo a dirigir mi atención de una manera fija, sostenida, sobre algo, estoy simplemente mirando y es manteniendo esta actitud de mirar cuando se puede llegar a ver, del mismo modo que sólo manteniendo la actitud de escuchar se puede llegar a oír. Y al decir escuchar quiero decir escuchar de veras y en consecuencia, oír de veras; porque lo que ahora hacemos no es escuchar de veras, pues mientras estamos escuchando también estamos pensando, estamos comparando, razonando o criticando lo que escuchamos, y esto nos impide desarrollar nuestra capacidad de oír del todo. Como estamos tan acostumbrados a escuchar de este modo ni siquiera nos ha pasado por la mente la idea de que realmente existe la capacidad de escuchar del todo. Uno cree que ya está atento, que ya se está enterando de todo, pero luego, cuando la persona tiene que repetir o dar cuenta de lo que ha escuchado, se evidencia que la persona sólo ha cogido unos pequeños fragmentos de lo que se ha dicho -y aun esos fragmentos los interpreta mediante una óptica totalmente subjetiva-, que no ha tenido la capacidad de escuchar realmente lo que el otro decía, cómo lo decía y desde la perspectiva en que lo decía. En el sentido de la atención sostenida ocurre lo mismo que en el escuchar. Hemos de aprender a mirar sin razonar, a fijar nuestra atención, muy clara, muy despierta, muy lúcida, en un acto simple de mirar aunque a primera vista esto nos parezca muy tonto, pues, como se dice en forma de chiste, los mochuelos se «fijan» mucho. A pesar de que parezca una cosa tonta, es preciso practicar para llegar a descubrir que ahí está la clave más importante para entrar en el reino interior, en este mundo oculto, en este mundo de posibilidades inmensas que hay en nuestra mente y en nuestro corazón. Repito: se trata de la capacidad de mirar con una atención sostenida, sin razonar. Después ya razonaremos si conviene, ya que no se trata de abdicar de nuestro juicio crítico, sino simplemente que cuando se trata de mirar, en la medida en que tratamos de razonar estamos disminuyendo nuestra capacidad de mirar. Cuando «miramos» manteniendo esta actitud de atención sostenida, se produce un fenómeno extraordinario: entonces la mente adquiere la capacidad de entrar dentro de la cosa que mira, adquiere la capacidad de penetrar; y ahí está una de las principales diferencias entre mirar y pensar. Con el pensar nosotros solamente representamos las cosas por medio de ideas, no entramos dentro de nada, nos limitamos a tomar fotografías y hacer combinaciones con esas fotografías, con los datos, con las ideas. En cambio, a través del mirar aprendemos a hacer el contacto del «foco» de nuestra mente con otros focos que existen en nosotros, sea al nivel del sentimiento, sea al nivel de la intuición, de la sensación, de lo que sea; y cuando mantenemos esa atención sostenida, entonces se produce una penetración de nuestro foco mental dentro de este otro sector, del sentimiento o de la sensación, entramos en él, y al penetrar se produce el descubrimiento de unas fuerzas que transforman; transforman la mente, transforman la capacidad de vivir. Ésta es la clave fundamental de todas las prácticas de vida interior. Y en ella tenemos la explicación del porqué hay tantas personas que con toda la buena voluntad del mundo, después de trabajar muchos años con diferentes prácticas -unas de tipo mental y otras de tipo devocional-, no consiguen un cambio fundamental en su interior, no se produce una transformación en ellas, no hay un descubrimiento de algo revolucionario, sino que simplemente la persona va envejeciendo en esa misma actitud de ir practicando algo, con muy buena fe pero sin esa eficacia transformante, porque no ha descubierto la práctica de la atención sostenida. Si queremos que nuestra vida interior sea realmente vida, tenemos que aprender a ahondar en lo que está vivo: en nuestra mente es la atención, en nuestro campo emocional es el sentimiento y en nuestro cuerpo es la sensación y todas las funciones fisiológicas. Y sólo viviendo este foco vivo de la mente que es la atención, junto con el foco viviente del sentimiento se produce el descubrimiento de lo que es realmente el sentimiento. Y se trata no sólo de un nuevo conocimiento sino de una transformación, una fusión, porque de la misma manera que la mente entra dentro del sentimiento, el sentimiento entonces entra también dentro de la mente. Y se descubre lo que hay detrás del sentimiento, lo que es en sí el sentimiento, en lugar de entenderlo (como hacemos ahora) según sus efectos o manifestaciones externas. Actualmente conocemos nuestra vida por sus resultados, por sus productos, no la conocemos intrínsecamente, no la conocemos por lo que es en sí misma. Por eso podemos decir que no estamos viviendo nuestra vida sino que la estamos sufriendo, la estamos padeciendo; somos pacientes de la vida porque no estamos metidos conscientemente dentro de nuestro propio vivir. Descubrimos que sentimos tal cosa, descubrimos que nos encontramos de un modo determinado, que nos suceden unas cosas, pero en este transcurrir de nuestra vida no nos vivimos como sujetos, no nos vivimos «dentro» de eso que vivimos. Y si yo no estoy realmente dentro de lo que vivo, estoy fuera, y por eso me «encuentro» con eso que vivo, me «tropiezo» con ello. Si yo estuviera dentro sería el sujeto de ese vivir; entonces habría una posibilidad real de manejar este vivir de un modo mucho más eficaz.
Autor: Antonio Blay Fontcuberta