Podemos dejar de lado toda la moralidad social, que es más o menos necesaria: como es el tener arreglada la habitación, el tener ropas limpias; pero, fuera de esas cosas, la virtud o la moralidad es para la mayoría de nosotros una máscara de respetabilidad (34).
La moralidad se ha convertido en costumbre, hábito, una cosa superficial, condicionada por la estructura psicológica de la sociedad (47).
El ser realmente moral, virtuoso, es una de las cosas más extraordinarias en la vida, y esa moralidad no tiene absolutamente nada que ver con la conducta social y ambiental. Para ser realmente virtuoso hay que ser libre, y uno no es libre si sigue la moralidad social de la codicia, la envidia, la competencia, el culto al éxito -todas esas cosas que la sociedad antepone como morales- (61).
Nosotros hemos creado la sociedad y esa sociedad nos ha condicionado. Nuestras mentes se hallan torturadas y densamente condicionadas por una moralidad que no es moral; esta moralidad social es inmoralidad, porque la sociedad admite y fomenta la violencia, la codicia, la competencia, la ambición, etc., que son esencialmente inmorales. No hay amor, no hay consideración, ni afecto ni ternura, y la ‘respetabilidad moral’ de la sociedad es un desorden absoluto (37).