El miedo por su propia seguridad y su bienestar, obliga a la mente a seguir patrones de pensamiento y deseo. La sociedad se convierte así en la hacedora de hábitos, patrones, ideales, porque la sociedad es el prójimo, la relación directa con la que uno está siempre en contacto (14).
El miedo, en cualquiera de sus formas, crea hábito, lo cual impide la libertad incondicionada, único estado en el cual existe la realidad y en el que podemos ser íntegramente nosotros mismos. El miedo impide la espontaneidad (14).
El miedo es la raíz de este mecanismo formador de hábitos. Tenemos que comprender su proceso. Por comprender entiendo no la mera captación intelectual, sino la percepción del proceso como algo real que está ocurriendo; percibirlo no superficialmente sino como un hecho que tiene lugar en cada día de nuestra vida (14).
Tratamos de escapar, de huir de la ignorancia y el miedo formando hábitos que los contrarresten, que los resistan -hábitos de ideales y de moralidad-. Cuando hay descontento, dolor, el intelecto se presenta con soluciones, explicaciones, sugestiones tentativas, las que gradualmente cristalizan y se convierten en hábitos de pensamiento. De este modo se disimulan el sufrimiento y la duda (14).
Para liberarnos del temor lo que se requiere no es la resistencia durante un periodo de tiempo sino la energía que pueda hacer frente a este hábito y disolverlo inmediatamente: eso es atención. La atención es la misma esencia de toda energía (61).
Una de las cosas más fáciles de hacer es vivir con hábitos, pero romperlos implica muchas cosas; por ejemplo, puedo perder mi empleo. Tengo miedo de romper con ellos porque vivir con hábitos me da seguridad, me confiere certeza, ya que todos los demás seres humanos hacen lo mismo. Despertar súbitamente en un mundo holandés y decir: ‘yo no soy holandés’, provoca un sobresalto. Así surge el miedo. Y si dicen: ‘estoy contra todo este orden establecido, que es desorden’, serán rechazados; entonces tienen miedo y lo aceptan (61).
Si uno va tras el hábito o vive con él, tiene que aumentar inevitablemente el temor. Una mente atrincherada en el hábito -y la mayor parte de las nuestras están así- tiene que vivir siempre en el temor. Actuar con una mente que ya no es prisionera del hábito, actuar de un modo distinto por completo, sólo es posible cuando comprendemos la naturaleza del miedo. Con mucha facilidad cambiaríamos cualquier costumbre, nos abriríamos paso a través de cualquier hábito atrincherado, arraigado profundamente, si no hubiera el temor de que, al romperlo, sufriríamos aún más, estaríamos aún más inciertos, más inseguros (54).