EL DESEO SENSUAL: significa el ansia de los placeres sensuales que se experimentan a través de los ojos, nariz, lengua y tacto. Este obstáculo incluye también el deseo pasional como la envidia, los celos, la posesividad, el orgullo, la arrogancia y la presunción. El deseo a través de las sensaciones es comparable, según las enseñanzas de Buda, a un cuenco de agua coloreada. Aún con buena vista, un hombre poco podrá ver a través del agua. Si el agua está agitada (un símil de las pasiones), el efecto espejo estará distorsionado, del mismo modo que si la mente se ve barrida por atracciones sensuales. En la práctica de la meditación, cuando surge un deseo sensual, ya sea a través de objetos sensuales o impurezas mentales, uno debe estar atento inmediatamente a este hecho, contemplándolo con el siguiente reconocimiento: ‘se trata de un deseo sensual’ y observándolo con atención desnuda. Luego uno reflexiona en cómo nace el deseo y cómo se renuncia a él o se abandona, y además, cómo se presentará en el futuro. Mediante esta enseñanza, aprendemos a reconocer las cosas tal como son, viendo cómo nacen y cesan, cómo tenerlas en observación y cómo prevenir su resurgimiento. Tras la práctica constante y la observación continua, se gana experiencia en liberarse de los deseos sensuales y otras impurezas mentales. Con el fin de entender la verdad profunda, la mente debe estar libre de todas estas influencias que pueden distorsionarla. Cuando se logra la claridad, no se confunde imagen alguna con la realidad, no se sustituye ésta por ningún pensamiento o concepto.
EL RENCOR: en todas sus formas, desde la hostilidad suave a la pura ira, es otro obstáculo al logro mental. Actúa como barrera a la buena voluntad, a la amistad y benevolencia y a un estado tranquilo y equilibrado de mente. El rencor, por tanto, obstruye el crecimiento de la sabiduría, distorsionando la visión propia e impide a la mente descubrir la verdad de cualquier clase de situación. Si nos enfadamos en el trascurso de una discusión perdemos la oportunidad de presentar nuestro argumento en las mejores condiciones. El razonamiento y la habilidad para comunicarse dependen en gran medida del pensamiento controlado que está libre de la ira y la agitación. El rencor puede pues compararse a un cuenco de agua que empieza a hervir: su superficie no producirá reflexión alguna.
LA PEREZA Y APATÍA: se presentan a causa del letargo mental, más que por la fatiga corporal. Están vinculadas con la rigidez mental, la depresión y la indolencia. Cuando la mente se torna rígida e inerte, es difícil ejercer con una cabeza clara, lo que nos hace sentir desanimados. Tomando la metáfora del cuenco de agua, podemos decir que su superficie se ve invadida de plantas acuáticas. La pereza o vagancia debilitan la atención y la contemplación, mientras que el letargo o apatía conducen al ensueño.
EL NERVIOSISMO Y LA PREOCUPACIÓN: actúan a la contra del desarrollo de la calma y la visión profunda, inquietan a la mente. La mente agitada tiene la tendencia a preocuparse, y este círculo sólo puede romperse percibiendo la presencia del obstáculo, observándolo con atención y reflexionando sobre la futilidad de permitir que prosiga. Hasta que esto no se logre, no podemos reanudar nuestro propósito. La inquietud y la preocupación se apoderan de la mente cuando se pierde la paz mental. En este caso podemos decir que el cuenco de agua ha sido agitado por el viento, lo que produce torbellinos. El remedio estriba en aprender a no preocuparse, pues ello hace perder un tiempo valioso de meditación. La mejor respuesta es planificar las acciones necesarias para la rectificación y mantener el plan hasta que sea necesario. Una vez eliminado el obstáculo a la atención, ésta última es llevada de nuevo hacia el sujeto de la meditación. El éxito en cualquier aspecto de la vida nunca proviene de la preocupación, sino poniendo atención en todo lo que debe hacerse.
LA DUDA ESCÉPTICA: normalmente se presenta en ausencia del conocimiento o a causa de la falta de información. En el instante en que uno ve y entiende, la duda desaparece por completo. En temas de fe, el budista debe dudar de sus creencias, del camino y de su coronación, acerca de las vidas anteriores o de lo que sea. Es bueno empezar con dudas o reservas; lo que comienza con certeza, en ocasiones acaba en dudas, puesto que las dudas iniciales actúan como desafío a la mente que busca. Estas dudas animan a la investigación de los hechos y a la búsqueda de la verdad que los subyace. Cuando percibimos la realidad por medio de la investigación propia, la duda desaparece. Por lo tanto un saludable escepticismo es de mucha ayuda. Por otro lado, el obstáculo de la duda escéptica implica una predisposición ciega que impide la investigación; se trata de una forma de duda que no quiere saber. Si esta condición es muy fuerte, poco puede hacerse hasta que la impermanencia de la vida trae sus cambios inevitables y la oportunidad nos vuelve a llamar a la puerta.
AUTOR: Dhiravamsa.