El logro, la ganancia, el triunfo, el éxito, la verdad como recompensa por una acción virtuosa, implican un esfuerzo, indican que uno debe realizar un tremendo acto de volición, desarrollar la voluntad, el carácter, con el fin de obtener algo, de ser premiado por su esfuerzo. Y donde hay un esfuerzo, hay dualidad: la cosa que uno conquista y el conquistador (12).
La búsqueda del resultado, de la ganancia, del logro, existe porque uno está vacío. Uno quiere encubrir ese vacío, quiere llenarlo; todo el tiempo queremos acumular y la acumulación misma crea el vacío. La propia persecución del logro genera vacuidad (12).
Hay un modo de vivir sin esfuerzo, sin la constante tensión del logro y de la lucha por el éxito, sin el constante temor del ganar y perder; digo que hay un modo de vivir armonioso que adviene cuando encaramos cada experiencia, cada acción de manera completa, cuando nuestra mente no está dividida contra sí misma, cuando nuestro corazón no está en conflicto con nuestra mente, o sea, cuando hacemos las cosas de manera total, con unidad completa de mente y corazón (12).
La civilización moderna ha contribuido a adiestrar nuestra mente y nuestro corazón para que no sientan con intensidad. La sociedad, la educación, la religión, nos han alentado a buscar el éxito, a confiar en la ganancia. Y en este proceso de éxito y ganancia, en este proceso de logro y crecimiento espiritual, hemos destruido esmerada y diligentemente la inteligencia, la profundidad en el sentir (12).
Cuando el pensamiento se ocupa del logro, del éxito, no es capaz de un verdadero discernimiento, porque el deseo de ganar, de alcanzar, surge del miedo, que impide la verdadera percepción (14).
Me parece que uno de los mayores escollos en la vida es esta constante lucha por lograr, por alcanzar algo, por adquirir. Somos así entrenados desde la niñez. Las mismas células cerebrales crean y exigen este patrón de logros, con objeto de obtener seguridad física; pero la seguridad psicológica no está dentro de ese patrón (44).