Cada pensamiento y sentimiento deben florecer para poder vivir y morir. Todo debe florecer en uno, la ambición, la envidia, el odio, la alegría, la pasión. En ese florecimiento está la muerte de todo ello y hay libertad. Sólo en libertad algo puede florecer, no en la represión, en el control y la disciplina. Eso sólo pervierte, corrompe. En la libertad y el florecimiento radican la bondad y toda virtud. No es fácil dejar que la envidia florezca, uno la condena o la fomenta, pero jamás le da libertad. Solamente en libertad el hecho de la envidia revela su color, su forma, su profundidad, sus peculiaridades. Si se la reprime no se revelará a sí misma en plenitud y libertad. Una vez que se ha mostrado completamente, la envidia cesa sólo para revelar otro hecho, el vacío, la soledad, el miedo. Y a medida que a cada hecho se le permite que florezca libremente, en toda su integridad, toca a su fin el conflicto entre el observador [el yo o identidad] y lo observado [la realidad]. Ya no existe más el censor sino sólo la observación, sólo el ver. La libertad puede existir únicamente en la consumación, no en la represión, en la repetición, en la obediencia a un patrón de pensamiento. Hay consumación sólo en el florecer y el morir. El florecer no existe si no hay un terminar. Lo nuevo no puede existir si no hay libertad con respecto a lo conocido. El pensamiento, lo viejo, no puede dar origen a lo nuevo. Lo viejo debe morir para que lo nuevo sea. Lo que florece tiene que llegar a su fin (48).