El vivir es acción, es interrelación, y como no comprendemos la interrelación, como la evitamos, las palabras nos atrapan; y las palabras nos han hipnotizado hasta inducirnos a una acción que conduce a más caos y miseria (50).
La relación de las palabras con lo que describe constituye el pensamiento, que es la respuesta de la memoria; y mirar un hecho sin palabras es mirarlo sin la intervención del pensamiento (47).
Uno debe tener conceptos. Si yo le pregunto dónde vive, a menos que se encuentre usted en estado de amnesia, me lo dirá. El ‘decírmelo’ ha surgido de un concepto, de un recuerdo; y uno debe tener esos recuerdos, esos conceptos. Pero están los conceptos que han engendrado ideologías, que son el origen del mal: usted, un americano, yo un hindú, un indio. Usted está comprometido con una ideología y yo con otra ideología. Estas ideologías son conceptuales, y entonces queremos matarnos unos a otros por ellas, aunque podamos cooperar científicamente en el laboratorio. Pero en la relación humana, ¿tiene alguna cabida el pensar conceptual? Este es un problema más complejo. Toda reacción es conceptual; toda reacción es: tengo una idea y, conforme a esa idea, actúo (37).
La vida es acción, vivir es relación, y porque no comprendemos la relación, porque evitamos la relación, estamos atrapados en palabras; y las palabras nos han inducido por hipnosis a una acción que conduce a mayor caos y desdicha (25).
La palabra es memoria, y cuando la palabra no es ya lo importante [lo importante es oír y observar con atención plena, lo que equivale a no pensar], entonces la relación entre el experimentador y lo experimentado es completamente diferente; entonces la relación es directa y no a través de una palabra, de la memoria; entonces el experimentador es la experiencia (46).