LAS COMUNICACIONES NO VERBALES.
La comunicación no consiste simplemente en decir o en oír algo. La palabra comunicación, en su sentido más profundo, significa ‘comunión’, compartir ideas y sentimientos en un clima de reciprocidad. Este término viene del latín communnicare, que significa ‘compartir’. La comunicación es la acción de compartir, de dar una parte de lo que se tiene.
Comunicación es toda conducta que tiene como objetivo suscitar una respuesta o una conducta específica por parte de una persona o de un grupo específico.
El lenguaje es el instrumento de comunicación más importante que el hombre posee, y el proceso de pensamiento depende en gran medida del lenguaje y de su significación. En la mayoría de los casos, el proceso de comunicación es doble: una parte de la comunicación es verbal, e incluye todo lo que se comunica por medio de términos escritos o hablados; otra parte de la comunicación es no verbal, y abarca todas las sensaciones que el hombre puede concebir con independencia de las palabras mismas.
En esta ‘era de la ansiedad’ como la denomina McLuhan, las comunicaciones no verbales se convierten a menudo en el único índice real que le queda al hombre para hacerse más consciente de la intimidad del ser humano, de todas las fases por las que pasa, de sus facultades sensoriales, con frecuencia poco o mal desarrolladas (tacto, gusto, oído, vista, olfato), y de la sucesión rápida y cambiante de sus ideas y de sus conceptos, de la multitud de sentimientos positivos, negativos, ambivalentes, intensos o moderados que experimenta respecto de sí mismo y de los demás.
Es necesario que efectuemos un verdadero aprendizaje de las comunicaciones no verbales: a través de su complejidad, nos será posible captar las actitudes, emociones y mensajes que ellas pretenden trasmitirnos. Nuestra receptividad a los indicadores no verbales modificará totalmente nuestra comprensión de los demás. Este medio de comunicación influye enormemente sobre el comportamiento de los grupos.
La comunicación adquiere una gran parte de su significado gracias a los símbolos; las actitudes, en cuanto marco de referencia, deben considerarse como un trasfondo de sentimientos a través del cual percibimos los diversos acontecimientos que pueden sobrevenir. El marco de referencia aporta una específica carga emocional y afectiva a nuestra percepción de las cosas y de las situaciones. También en este caso, la afectividad y la razón entran en conflicto y entonces la afectividad tiene siempre preponderancia.
Es por esto que el coordinador no directivo tropieza con tantas dificultades en sus esfuerzos para no imponer su punto de vista, su sistema de valores y sus soluciones personales. Como la dominación se ha convertido en la norma de la mayoría, en los ámbitos políticos, publicitarios, religiosos, médicos, escolares, industriales, etc., dicha actitud dominante provoca reacciones paranoicas y un gran escepticismo. Los que actúan de un modo distinto al de la mayoría se ven obligados a hacer comprender a los demás que ellos no tienen ningún móvil secreto. El gesto, la mímica, y otras formas no verbales de comunicación, e incluso los actos más simples –por ejemplo, conservar o entregar una pieza del cuadrado- constituyen medios de imponer a los demás la propia voluntad y pueden provocar resistencias.
En el extremo opuesto a la persuasión, se encuentra la colaboración y la búsqueda de una solución común. Si el emisor expresa el deseo de colaborar –en nuestro caso, de forma no verbal-, contribuye de este modo a orientar al receptor hacia el problema. Más aún, con ello muestra que no tiene ninguna actitud que sugerir, ni una solución o un método que imponer. ¿De qué modo consigue el emisor permitir una libre opción en el receptor? Debe haber una trasmisión de numerosas ‘señales’ necesarias a este respecto.
En un grupo nada es más desagradable que la existencia de una persona que se atribuya un rol, que simule una emoción, que se burle de sus compañeros, que niegue informaciones o que parezca poseer sus propias fuentes de información. Los sujetos que aparentan inocencia y simplicidad provocan una animosidad particular, así como los que tienen una gran facilidad para cambiar de rol. Estos últimos, en efecto, a través de sus cambios de conducta, producen la impresión de entregarse al cálculo y a maniobras turbias. Por el contrario, la espontaneidad y la conducta sin rodeos hacen disminuir las defensas.
El lenguaje:
- En los numerosos vacíos que existen en la complicada cadena del lenguaje, hay un elemento valiosísimo que el mismo lenguaje a menudo es incapaz de trasmitir de una forma lo bastante significativa. Nos referimos al conjunto de sentimientos que, conscientemente o no, disimulamos o no podemos expresar, de todo aquello que es ininteligible para quien sólo es sensible a las comunicaciones verbales, de toda una combinación de gestos (los puños cerrados, el cuerpo que se destensa o se crispa…) de olores, de expresiones del rostro (un fruncimiento de labios, la ceja que se levanta, el guiño…), de silencios, de abandonos, de vacilaciones. Toda esta dialéctica muda –si somos sensibles, y por lo tanto estamos atentos a ella- puede tener un significado primordial.
- En efecto, el lenguaje a menudo constituye una forma superficial de comunicación con los demás. Puede estar en contradicción o ser apoyado por conductas secundarias. Hay muchos sentimientos, emociones, alegrías o penas que nos parecen imposibles de traducir en palabras. Por otra parte, el lenguaje no ofrece ninguna garantía de comunicación sincera, puesto que podemos servirnos del lenguaje para disfrazar nuestro pensamiento. Hablar sin decir nada es algo que sirve con frecuencia para dar una prueba de prudencia o de discreción, que permite evitar la indiscreción del silencio.
- Más allá de esta forma lógica y racional de comunicación constituida por el lenguaje, está lo que a menudo recibe el nombre de ‘simpatía’ o ‘intuición’ y que de hecho, se compone básicamente de una atención real y sostenida a los silencios, a las vibraciones de la voz que pueden, por sí mismas, conceder plena significación a un discurso.
Más allá del lenguaje:
- En efecto, el cuerpo está dotado de una mímica emocional en la que predominan las reacciones involuntarias: encogerse de hombros (despecho), rascarse la cabeza (perplejidad)… Cada emoción tiene su mímica espontánea. Pero el lenguaje matizado de la boca, de las manos o de la mirada está más o menos codificado por la sociedad, y sólo se accede a él mediante el aprendizaje. La expresión primitiva de las emociones del niño queda cubierta por superestructuras convencionales y culturales. La mirada fija de un individuo sólo se experimenta como algo penoso cuando sustituye a una posible comunicación.
- La quinesiología se dedica a hacer un inventario de los tipos de movimientos corporales, expresiones faciales y posturas significativas del resto del cuerpo para determinar su función y sus principios de asociación.
- La formación de la sensibilidad constituye también uno de los medios de adquirir esta forma de atención a las señales no verbales emitidas por los otros, y para redescubrir el significado y el valor de los sentidos. Contrariamente a lo que podría parecer evidente, si se suprime la palabra en un grupo, sus miembros realizan grandes avances en el mejoramiento de sus comunicaciones y relaciones interpersonales. Las experiencias pueden variar desde un elemental apretón de manos (que nuestra civilización ha sustituido por un simple ‘hola’) o un mero intercambio prolongado de miradas, hasta las más íntimas interrelaciones.
- Determinadas experiencias ayudan a los miembros de un grupo a aceptarse a sí mismos y a aceptar a los demás. Los participantes deben adquirir una cierta ‘trasparencia’, tienen que abandonar su falso rostro, su máscara, y liberarse –en la percepción que tienen de sí mismos y de los demás- de todo prejuicio (edad, sexo, clase social, raza, religión…). El prejuicio es siempre la expresión de una tendencia a conservar para uno mismo los propios pensamientos, sentimientos, a confiarlos sólo a confidentes, privilegiados, seleccionados, o incluso a cómplices. A la desconfianza con respecto a los que nos son ajenos, se añaden la inaccesibilidad, el no estar a la disposición de los demás. Los prejuicios nos convierten en sujetos opacos, secretos, impenetrables.
- La transparencia, por el contrario, puede definirse como una apertura real al otro. Más allá de las semejanzas o las diferencias, de la dificultad de los intercambios, la trasparencia ante el otro hace posible gradualmente una comunicación en profundidad con él. Si el individuo se muestra trasparente, los miembros del grupo que estén en comunicación con él, aprenderán poco a poco a ser congruentes. Cada vez que entran en comunicación con el grupo, los miembros aprenden a percibir –sin asumir una reacción defensiva- en qué y por qué se dice constituye una expresión de su yo.
La empatía:
- Otra consecuencia del aprendizaje a través de la formación de la sensibilidad –y que sigue directamente del factor precedente- consiste en la empatía.
- Si el grupo, gracias a las actitudes de sus miembros, posibilita el aprendizaje de la trasparencia y de la congruencia en las comunicaciones interpersonales, favorecerá también la empatía recíproca. Ésta consiste en la capacidad de ponerse plenamente en el lugar del otro, es decir, de ser capaz –más allá de lo que el otro nos dice explícitamente- de pensar lo que piense, de sentir adecuadamente lo que él sienta.
- Algunos autores distinguen entre autoempatía y heteroempatía. La autoempatía significa ser constantemente consciente de la imagen que presentamos a los demás, es decir, percibirnos en todo momento tal como el grupo nos percibe. La conciencia de las diferencias que, a veces, podrían existir entre lo que uno parece ser y lo que uno es –o quisiera ser-, nos permite corregir la imagen de nosotros mismos que presentamos al grupo y rectificarla si es preciso.
- La heteroempatía consiste en elaborar una imagen objetiva de los demás, que refleje fiel y explícitamente la red siempre cambiante de interacciones, atracciones y repulsiones que se establece entre los miembros. De este modo uno se hace capaz de percibir adecuadamente cómo se perciben entre sí dos o más miembros del grupo. La posesión, a medida que avanza el grupo, de una imagen adecuada de la dinámica del grupo, permite a los miembros el facilitar y asegurar la cohesión del grupo, su integración, su crecimiento y su creatividad.