Donde la mente busca de manera constante el progreso, el logro, el éxito, la conquista de una virtud o un objetivo, está implicada la dualidad [la imagen que tengo de mí y el contenido de la mente], la cual crea la conciencia del ‘yo’. De eso surge el sufrimiento. Así, para superar el sufrimiento recurrimos al olvido, pues la mayoría de la gente está presa en el sufrimiento. Ante ese sufrimiento, ante esa continua incertidumbre y falta de comprensión que creó un vacío, una vacuidad, estamos todo el tiempo tratando de olvidar, de escapar o de superar todo eso mediante la autodisciplina. Este olvido, este escapar o disciplinarse, aumentan aún más la dualidad, y entonces está el esfuerzo de superarla y tiene lugar la batalla. Éste es un proceso por el que, consciente o inconscientemente, pasa cada uno de nosotros. La consecuencia de ello es que hemos establecido un objetivo a ser alcanzado, el cual consideramos verdadero, un ideal de perfección, de la verdad, de la vida, de Dios (…). Y siempre estamos esforzándonos por disciplinarnos a fin de alcanzarlo, a fin de adiestrar nuestra mente para que viva de manera constante en esa idea y funcione en ella. Así es como creamos en nuestra mente una dualidad, un observador [el Yo], un controlador y la cosa observada y controlada. De este modo, desarrollamos una mente superior y una mente inferior, una emoción superior y una emoción inferior, porque nuestra mente se halla sofocada, sujeta en esta dualidad (12).
Al ver la verdad de la disciplina con todas sus implicaciones, uno se libera de la disciplina. Por lo tanto, hay así mucho más conocimiento propio, inteligencia y percepción alerta (16).
Cualquier forma de disciplina tan sólo fortalece el ‘sí mismo’, y el ‘sí mismo’ es una fuente de contienda, de conflicto (16).
La palabra disciplina implica aprender de una persona que sabe; se supone que usted no sabe y, por lo tanto, aprende de otro. Eso está implícito en lo que llamamos ‘disciplina’. Pero cuando aquí usamos esa palabra no indicamos cómo aprender de otro, sino cómo observarse uno mismo. Esto último requiere una disciplina que no es represión, imitación, o conformidad, ni aun ajuste, sino realmente observación. Esa misma observación es un acto de disciplina, es decir, aprender mediante la observación. Ese mismo acto de aprender es su propia disciplina, en el sentido de que hay que prestar mucha atención y se requiere gran energía, intensidad y acción instantánea (8).
Para el sosiego de la mente, su tranquilidad total, se requiere extraordinaria disciplina, no la disciplina que implica aprender de otro, sino la que emana del ‘observarse a uno mismo, sin represión, imitación, conformidad o acatamiento’. Esa disciplina genera la mente religiosa, que es una luz para sí misma. Entonces, la mente tiene esa cualidad de unidad, capaz de realizar una acción que no es contradictoria. Para ello el ser humano tiene que producir en sí mismo una revolución radical y fundamental; y esa es la labor de una vida (8).
Todas las distintas formas de disciplina, creencias y conocimiento sólo fortalecen al ego (25).
Debe haber espontaneidad para descubrir los movimientos del ‘yo’, sea cual fuese el nivel en el que esté situado. Aunque puede haber descubrimientos desagradables, los movimientos del ‘yo’ deben ser expuestos y comprendidos; pero las disciplinas destruyen la espontaneidad que permite hacer los descubrimientos (46).