Cuando la mente se da cuenta por completo de todos los movimientos de su pensamiento y sentimiento, de esa sencilla, profunda percepción viene una disciplina que nunca se ajusta. Esa disciplina es destreza de observación (47).
Existe un proceso natural de austeridad, un proceso natural de disciplina que no contiene aspereza, que no se amolda, que no consiste en imitar meramente un determinado hábito placentero (60).
La disciplina que tenemos en general se basa en la conformidad, y por ello es desorden total (38).
No utilizamos la palabra disciplina en el sentido de conformidad o de coacción -de disciplina impuesta mediante el premio o el castigo-. Para observar cualquier cosa -la esposa, al vecino, o una nube- debemos tener una mente que sea muy sensible; esta misma observación genera su propia disciplina, que es no-conformidad. Por lo tanto, la más elevada forma de disciplina es la no disciplina (8).
La disciplina surge de la observación de ‘lo que es’ y del aprender sobre ello; este aprender es su propia disciplina. Hay por lo tanto orden, y con él desaparece el desorden en uno mismo (8).
Es indispensable que nos disciplinemos, no mediante imposiciones ni controles rígidos, sino comprendiendo toda la cuestión de la disciplina, aprendiendo al respecto. Tomemos precisamente esta cosa inmediata, el calor. Uno puede estar consciente de este calor y no molestarse por él, porque nuestro interés, nuestra investigación, que es el movimiento de aprender, es mucho más importante que el calor y la incomodidad del cuerpo. Así, pues, el aprender requiere disciplina, el acto mismo de aprender es disciplina; por lo tanto, no hay necesidad de una disciplina impuesta ni de un control artificial. O sea, quiero prestar atención no sólo a lo que se está diciendo, sino también a todas las reacciones que esas palabras despiertan en mí. Quiero tener conciencia de cada movimiento del pensar, de cada sentimiento, de cada gesto. Eso es, en sí mismo, disciplina, y una disciplina así es extraordinariamente flexible (32).
Las disciplinas, las prácticas, los rituales y el mero conocimiento, contribuyen a insensibilizar y embotar la mente. Una mente inquieta, sólo llega a convertirse en una mente torpe cuando es aprisionada en el estrecho surco de una disciplina. Siendo insensible, la mente no puede descubrir este rápido movimiento de la verdad (15).