La insensibilidad debe surgir a causa de pensamientos, sentimientos y acciones torpes. ¿Cómo puede haber sensibilidad cuando hay codicia, crueldad, envidia? La envidia, aunque genera cierta actividad en la mente, tal como la búsqueda y el logro de poder, es inevitable que embote la mente y el corazón. Sin comprender las causas que producen insensibilidad, nos aferramos a esos estados en los que ha habido creatividad. Anhelamos la creatividad, lo cual constituye otro escape respecto de lo que es. De modo que el problema consiste en percibir primeramente las causas de la insensibilidad, estar pasivamente alerta sin optar ni rechazar, sin justificar esos periodos de embotamiento y sin identificarnos con ellos. Entonces, en esa percepción alerta y pasiva, se revela la causa de la insensibilidad. Al estar simplemente atentos a esta causa, sin tratar de superarla, el embotamiento comienza a desvanecerse. En este periodo de silencio en el que no hay condena ni justificación, en este periodo de observación silenciosa, se percibe la verdad acerca de lo que es falso. Esta percepción de lo verdadero libera de la insensibilidad a la mente (15).
Ser sensibles a lo que realmente somos requiere cierta espontaneidad, y en esa espontaneidad descubrimos. Pero, si hemos reprimido, disciplinado nuestros pensamientos y sentimientos hasta el punto de que no hay espontaneidad, entonces no es posible descubrir nada; y no estoy muy seguro de que no sea eso lo que deseamos casi todos nosotros: llegar a estar internamente muertos. Porque es mucho más fácil vivir de esa manera, o sea, entregarnos a una idea, a una creencia, a una organización, al servicio social, a Dios sabe qué otra cosa, y funcionar automáticamente. Es mucho más fácil. Pero ser sensible, estar internamente despierto a todas las posibilidades es demasiado peligroso, y usamos un modo respetable de embotarnos, una forma aprobada de disciplina, represión, sublimación, rechazo; usted sabe, las diversas prácticas que nos tornan torpes, insensibles (16).
Sentir es ser sensible, y cuanto más sensibles sois, más sentís las heridas. Empezáis, pues, a construir una defensa, una protección. Todo esto es una forma de deseo. Dejar de ser sensible es evidentemente volverse íntimamente paralítico, morir. Tal vez estemos paralizados la mayoría de nosotros; eso es lo que nos acaece por nuestra educación, por las relaciones y los contactos sociales, por los conocimientos -cosas todas que nos embotan, nos vuelven estúpidos, insensibles. Y viviendo en una tumba, tratamos de sentir (34).
Alerta al hecho de que soy insensible e indiferente, perceptivamente alerta a ello, la mente se ha tornado sensible. La observación es la disciplina (57).
Sensibilidad implica vulnerabilidad. Uno es sensible a sus reacciones, a sus heridas internas, a su bloqueada existencia. O sea, que uno es sensible con respecto a sí mismo, y en este estado de vulnerabilidad hay realmente interés propio y, por tanto, existe la capacidad de ser lastimado, de volverse neurótico. Ésta es una forma de resistencia que se concentra esencialmente en el ‘yo’. La fuerza de la vulnerabilidad no es egocéntrica, es como la fresca hoja de primavera, que puede soportar fuertes vientos y florecer. Esta vulnerabilidad no puede ser lastimada, cualquiera que sean las circunstancias. La vulnerabilidad carece de un centro como el ‘yo’. Posee una fuerza extraordinaria, tiene vitalidad y belleza (78).
Casi todos nosotros queremos estar muertos, ser insensibles, porque el vivir es doloroso; y contra ese dolor construimos muros de resistencia, los muros del condicionamiento. Estos muros aparentemente protectores sólo engendran mayor conflicto y sufrimiento (46).
Negar la fealdad y afirmar la belleza es ser insensible. El cultivo de lo opuesto debe siempre estrechar la mente y limitar el corazón. La virtud no es un opuesto; y si tiene un opuesto, deja de ser virtud. Negar o identificar conduce a la estrechez, que es ser insensible. La sensibilidad no es cosa que pueda ser cuidadosamente cultivada por la mente; ésta sólo puede dividir y dominar. Existe lo bueno y lo malo; pero perseguir lo uno y evitar lo otro no conduce a esa sensibilidad que es esencial para la existencia de la realidad (46).
La mente se ha embotado y se ha vuelto insensible por la influencia, el hábito y la interminable búsqueda de seguridad. La seguridad en la fama, en las relaciones, en el conocimiento, destruye la sensibilidad y allí se asienta el deterioro (48).
La mayoría de las personas tienen miedo de ser sensibles. Para ellas ser sensibles implica ser lastimadas, y por eso se endurecen para protegerse del dolor. O escapan hacia toda forma de entretenimiento, la iglesia, el templo, la chismografía, el cine y la reforma social. Pero el ser sensible no es algo personal, y cuando lo es conduce a la desdicha (48).
En febrero de 1957 dijo: ‘volver insensibles los sentidos a lo que es tempestuoso, contradictorio, conflictivo, doloroso, implica negar toda la profundidad y belleza y gloria de la existencia. La realidad nos exige la totalidad de nuestro ser, requiere un ser humano total, no uno cuya mente se halle paralizada. Existe una batalla constante entre lo que soy y lo que yo debería ser. Ésta es la red de dolor en la que el hombre se encuentra atrapado. Refrenar nuestros sentidos es cultivar la insensibilidad. Aunque uno pueda estar buscando a Dios, su mente se embota’ (10).
Autor: J. Krishnamurti.