Debido a que no amamos la tierra y las cosas de la tierra, sino que tan sólo las utilizamos, somos insensibles a la belleza de una cascada, hemos perdido contacto con la vida, jamás nos sentamos con la espalda apoyada contra el tronco de un árbol; y, puesto que no amamos la naturaleza, no sabemos cómo amar a los seres humanos y a los animales. Caminen calle abajo y observen cómo son tratados los bueyes, ¡vean sus colas completamente deformadas! Ustedes sacuden la cabeza y dicen: ‘muy triste’. Pero hemos perdido el sentido de la ternura, esa sensibilidad, esa respuesta a las expresiones de la belleza; sólo en la renovación de esa sensibilidad podremos comprender qué es la verdadera relación. Esa sensibilidad no adviene por el mero hecho de colgar unos cuantos cuadros, o de pintar un árbol, o de ponernos unas cuentas flores en el cabello; la sensibilidad surge sólo cuando desechamos esta perspectiva utilitaria de la vida. Eso no significa que no podamos usar la tierra, sino que hemos de usarla tal como debe ser usada. La tierra está ahí para que la amemos, la cuidemos, no para que la dividamos en ‘tuya’ y ‘mía’. Es absurdo plantar un árbol en un terreno cercado y llamarlo ‘mío’. Sólo cuando uno está libre del espíritu exclusivo, puede haber sensibilidad, no sólo hacia la naturaleza, sino hacia los seres humanos y hacia los incesantes retos de la vida (16).
Nos complacemos en la mera sensación. Si no nos complacemos en eso, entonces la belleza tiene un significado por completo diferente. Entonces cada vez la abordamos de nuevo. Y lo importante, lo que contribuye a la sensibilidad, es esta manera nueva, fresca, de abordar cada vez algo, tanto si es algo feo como si es algo bello; pero uno no puede ser sensible si está aprisionado por su propia afición o capacidad, por su propio placer, por su propia sensación (16).
La mente tiene que ser sensible, no sólo para lo que cree que es bello, sino también para lo que es feo; tiene que ser sensible a los pueblos sucios, a las chozas lo mismo que a los palacios y a los hermosos árboles. Si la mente es sensible sólo a lo bello, entonces no es sensible en absoluto. Para ser sensible tiene que estar abierta tanto a lo feo como a lo bello. Eso es así, evidentemente. Buscar la belleza y rechazar lo que no es bello hace insensible a la mente. Para sentir lo que es feo (que puede no serlo), y lo que es bello (que puede carecer de belleza), tiene que haber sensibilidad:sensibilidad a la pobreza, al hombre sucio que va sentado en el autobús, al pordiosero, al cielo, a las estrellas, a la tímida luna nueva (19).
Vivir con algo es extraordinariamente difícil. Vivir con esas montañas circundantes, con la belleza de los árboles, con las sombras, la luz de la mañana y la nieve, vivir realmente con ello es muy arduo. Todos nosotros lo aceptamos. Viéndolo día tras día, nos embotamos para ello, como les pasa a los campesinos, y nunca volvemos a mirarlo realmente de nuevo. Pero vivir con ello, verlo cada día con frescura, con claridad, con sensibilidad, con aprecio, con amor, eso requiere mucha energía. Y vivir con una cosa fea sin que lo feo pervierta, corroa la mente, eso también requiere mucha energía.Vivir tanto con lo bello como con lo feo, como tiene uno que hacerlo en la vida, requiere enorme energía; y ésta se malogra, se destruye cuando estamos en perpetuo estado de conflicto (34).
Una persona que ‘experimenta’ una puesta de sol no es sensible. Puede decir, ‘¡qué bella, qué maravillosa es¡’, y entrar en éxtasis con respecto a ella, pero no será sensible. Ser sensible implica un estado de la mente en el cual sólo existe el hecho, y no todos vuestros recuerdos sobre ese hecho (47).
Cuando uno está atento a todo, se vuelve sensible, y ser sensible es tener una percepción interna de la belleza, es tener el sentido de la belleza (45).
Estar abierto a la belleza y resistir la fealdad es carecer de sensibilidad; acoger el silencio y rechazar el ruido es no ser completo. Ser sensible es darse cuenta tanto del silencio como del ruido, sin ir detrás de uno ni resistir al otro; es estar sin autocontradicción, ser completo (67).
Para la persona que se llama religiosa, ser sensible significa pecar, un mal reservado para lo carnal, lo mundano. Para esas personas lo bello es tentación que debe ser resistida, una distracción maligna que es preciso rechazar (48).
El buen gusto no es sensibilidad, porque el buen gusto es personal, y la lúcida percepción de la belleza es la libertad con respecto a las reacciones personales (48).
Apreciar la belleza en términos de sensación, de agrado y desagrado, es no percibir la belleza. La sensación sólo puede dividirse como belleza y fealdad, pero la división no es belleza. Debido a que las sensaciones, los sentimientos engendran conflicto, para evitar el conflicto se ha abogado por la disciplina, el control, la represión. Pero esto sólo genera resistencia y, de ese modo, incrementa el conflicto y produce mayor entorpecimiento e insensibilidad (48).
Enfréntese a las cosas con facilidad, pero internamente hágalo en un estado de plenitud y alerta. No deje que se escape un instante sin haber estado totalmente atenta a lo que ocurre dentro y alrededor de usted. Esto es lo que implica ser sensible, no a una cosa o dos, sino ser sensible a todo. Ser sensible a la belleza y resistir la fealdad, es engendrar conflicto. Cuando uno observa percibe que la mente está siempre juzgando -esto es bueno y aquello es malo, esto es blanco y eso es negro- juzgando a la gente, comparando sopesando, calculando. La mente está perpetuamente inquieta. ¿Puede la mente vigilar, observar sin juzgar, sin calcular? Percibir las cosas sin nombrarlas; sólo vea si la mente puede hacerlo (10).
Autor: J. Krishnamurti.