Desde hace más de dos mil años Japón ha experimentado tres grandes influencias religiosas, de un lado 1. el Shintoismo una religión autóctona, animista: para la cual la naturaleza es un organismo vivo, un privilegio que nos ha sido conocido de forma provisional puesto que es la morada de los Dioses y los ancestros. Es el recinto que testimonia el paso de nuestros antepasados a los que debemos respetar, nosotros solo estamos de paso. Debemos pues cuidarla y conservarla. Así pues, amor por la tierra, patriotismo y respeto por los ancestros: el emperador es un ser casi divino.
Otro de estos puntales es 2. el Budismo zen, penetró en China y después en Japón. Es una adaptación del Budismo que tuvo su origen en La India significado por la reflexión, ausencia de intención, “dejarse llevar” y paz interior. El zen es el resultado de la síntesis entre la espiritualidad india, amor por la naturaleza del Shinto y pragmatismo confucionista. El Zen no pide retirarse del mundo como practica el monacato budista en la India, sino que su propósito es imbricarse en la realidad civil significando los hechos cotidianos en toda su intensión. Por ejemplo como cuando tengo hambre y duermo cuando tengo sueño, nuestra mente acompaña de forma natural lo que señalan nuestros pautas vitales. Tal es así que cualquier aportación subjetiva puede interferir en la percepción clara y precisa de la Naturaleza. La palabra, pensada más que escrita, es un elemento que interfiere la verdadera meditación y la razón. La mente en consecuencia sufre una especie de resaca conceptual, una saturación de palabras. No juega limpio, porque lo que vemos más bien es el reflejo de esos conceptos más que la verdad misma. Se apunta el caso de aquel monje que se encuentra meditando en la oscuridad y de pronto pisa algo pringoso, piensa que es un sapo con lo que ha violado el principio de no agredir cualquier forma de vida. Atormentado por su mala conciencia, y tras sufrir una pesadilla tras otra durante toda la noche, se dirige angustiado a la mañana siguiente al lugar donde supone ha cometido tamaña falta, para descubrir que no había tal sapo sino una fruta podrida, lo que le permite derivar la responsabilidad de su angustia a sus propios pensamientos. En este sentido la reclusión meditativa es solo de cobardes, limita nuestra percepción del mundo. Los monjes no pueden pensar que una vida de reclusión les pueda llevar a hacer el bien, el aislamiento solo produce malos pensamientos. La espitiualidad del Zen tiene siempre un punto de sociabilización y está señalado por un sentido práctico. Todo lo cual no hace más que reforzar el otro frente del alma japonesa 3. el confucionismo: virtud, decoro y ritual. Aplicación del principio universal que pasa por no desear para los demás lo que no estimo para mi mismo. En realidad Confucio mantiene una postura de duda teológica; no sabía si Dios existía o no. Pero sí pensaba que el hombre podía ser bueno por naturaleza y que la ética era el medio para conseguir una vida mejor. Shintoismo, Budismo Zen y Confucionismo inspiran los valores del Bushido [camino del guerrero] marcando las virtudes que debe asumir el guerrero, cual son la entereza frente a la adversidad, estoicismo y aceptación de la muerte. Respeto por la tierra, ya que es la casa de los Dioses. Lealtad y ética de las relaciones humanas. Todo lo cual se traduce en multitud de virtudes de alto alcance espiritual como pueden ser el valor sin límites, el honor, la lealtad, la benevolencia, la serenidad como estética última del valor. Pero también en infinidad de normas, protocolos o etiquetas para la vida cotidiana; cómo andar, cómo saludar, cómo sentarse a la mesa, cómo servir el te, ejercicios de caligrafía.
Autor: Jaime Ponce de León.