En el anhelo experimentamos placer, esperamos continuamente que el placer contenido en el anhelo domine nuestro pesar. Nos esforzamos por alcanzar el placer, aun cuando sabemos que éste no se halla libre de dolor (12).
¿Habéis muerto alguna vez para vuestro placer, muerto para él simplemente sin discutir, sin reaccionar, sin tratar de crear condiciones especiales, sin preguntar cómo vais a abandonarlo, ni por qué habéis de abandonarlo? ¿Habéis hecho eso alguna vez? Eso tendréis que hacerlo cuando muráis físicamente. No podemos argüir con la muerte. No se le puede decir: ‘dadme unos pocos días más de vida’. No hay esfuerzo de voluntad en el morir, simplemente uno muere. O bien, ¿habéis muerto alguna vez para alguna de vuestras desesperaciones, vuestras ambiciones, simplemente abandonándolas, dejándolas de lado, como una hoja que muere en el otoño, sin ninguna batalla de la voluntad, sin ansiedad por lo que os suceda si lo hacéis? ¿Lo habéis hecho? Me temo que no. Cuando dejéis esta tienda, morid para algo a lo que os aferráis. Vuestro hábito de fumar, vuestra apetencia sexual, vuestra ansia de ser famoso como artista, como poeta, como esto o aquello. Simplemente dejadlo, eliminadlo como apartaríais alguna cosa estúpida sin esfuerzo, sin elección, sin decisión. Si vuestra muerte para ello es total -y no sólo el abandono de los cigarrillos o de la bebida, que convertís en una cuestión tremenda- sabréis qué significa vivir en el momento plenamente, sin esfuerzo, con todo vuestro ser (47).
La exigencia de continuación del placer trae esfuerzo, y nuestros valores sociales, morales, religiosos, éticos, están basados en el placer. Sabemos lo que es el amor sólo por causa del placer. Tal vez cuando comprendamos el significado y la estructura del placer tenga entonces un sentido muy distinto el amor, un sentido en el que no haya celos ni afán de posesión o de dominio. Mas, para llegar a eso, tiene uno que ver la naturaleza de este esfuerzo que está transformando lo que es en lo que debería ser. Lo que debería ser es la continuación del placer. Lo llamamos lo noble, lo bueno, lo virtuoso, pero tras la fachada de las palabras existe esa búsqueda de placer (38).
No sé si habéis observado que cuando surge el deseo, el pensamiento le da continuidad. Veo algo que es bello: una casa, un automóvil, o lo que sea, y hay la reacción del deseo. Entonces el pensamiento da continuidad al deseo, lo que es placer (38).
No estamos diciendo que ustedes deban negarse el placer. Todas las religiones del mundo han condenado el placer, sexual o de otra clase. ¡No estamos diciendo eso! (51).
No sé si han tratado alguna vez de morir a un placer en particular, sólo por terminar con él, sin argumentar, sin luchar con él, sin resistirlo, diciendo simplemente: ‘se terminó’. Queremos morir a un dolor en particular, pero a un placer en particular jamás. Sin embargo, el dolor y el placer van juntos (51).
La exigencia de placer es la continuidad del pensamiento, el cual -como deseo y voluntad- persigue el placer separado de ‘lo que es’ (57).
Cuando dice que le gustaría hacer algo que ha de darle placer, satisfacción, eso es lo que todos desean: bienestar, placer, satisfacción. ‘Esto es lo que quiero hacer porque me siento feliz haciéndolo’. Y cuando a lo largo de ese sendero encuentra oposición, no sabe cómo afrontarla y entonces escapa de ella (23).
Una mente que no tiene miedo, que no exige placer -lo que no significa que ustedes no puedan gozar la belleza de la vida, de los árboles, de un rostro hermoso, que no puedan contemplar a los niños, el fluir de las aguas, las montañas y los verdes prados- en eso hay un gran deleite. Pero ese deleite, cuando es perseguido por el pensamiento, se convierte en placer (39).
Perpetuamente deseamos placer en diferentes formas: sexual, sensorio, intelectual, el placer de la posesión, el placer de adquirir una gran destreza, el placer que obtenemos de poseer una gran información, conocimiento, y la gratificación suprema de lo que llamados ‘Dios’. El hombre ha perseguido incesantemente el placer, en el nombre de Dios, en el nombre de la paz, en el nombre de una ideología. Y después está el placer del poder, de tener poder sobre los demás, poder político. El poder es una de las cosas malignas que hay en la vida. Y el placer es la otra cara de la moneda del miedo. Cuando uno comprende seria y profundamente la naturaleza del miedo, entonces el placer es deleite puro; ver algo bello, ver la luz de la puesta del Sol o la luz del amanecer, los maravillosos colores, el reflejo del Sol sobre el agua (…). Eso es deleite puro; pero nosotros cultivamos el recuerdo de eso como placer (23).
El temor, el dolor y el placer son el resultado del pensamiento. Y no obstante, el pensamiento debe funcionar de manera lógica, sana y objetiva allí donde se le necesita en el mundo tecnológico, no en la situación humana, porque en el momento que el pensamiento interviene psicológicamente en la relación humana, hay temor (37).
El hombre moderno, por todas sus pretensiones científicas, rehúsa observar el modo como funciona su propio cerebro, cómo piensa y cómo su intelecto juega al Abogado del Diablo para sus gustos y aversiones y para su ciego interés propio. Achyut Patwardhan (17).
Muchos sannyasis [renunciantes], yogis, santos, se han privado del placer; se han torturado y han forzado la mente a resistir, a ser insensibles al placer en todas sus formas. Es un placer ver la belleza de un árbol, de una nube, la luz de la luna en el agua o a un ser humano; y negar ese placer es negar la belleza. Por otra parte, hay personas que rechazan lo feo y se aferran a lo bello. Quieren permanecer en el atractivo jardín de su propia hechura y excluir el ruido, el olor y la brutalidad que existen detrás del muro. Con frecuencia lo consiguen; pero no podéis excluir lo feo y aferraros a lo bello sin volveros torpes, insensibles. Tenéis que ser sensibles al dolor tanto como a la alegría, y no rehuir uno y buscar la otra. La vida es tanto muerte como amor (53).
Toda complacencia ciega [satisfacción y alegría que produce una cosa] (53).
Si ustedes ven el movimiento total del placer -placer sensual, placer del sexo- han comprendido todo el contenido de la conciencia (10).