Donde hay deseo, hay vacuidad. Uno no puede destruir el deseo, no puede liberarse de él, sino que debe descubrir la causa que origina el deseo. Ahora bien, debido a que en nosotros mismos hay insuficiencia, tratamos de llenar esa vacuidad mediante diversas clases de sensaciones, desde las formas más groseras a las más sutiles. El deseo existe sólo cuando no hay una verdadera comprensión de los valores. Cuando se den cuenta de esto con la totalidad del ser, comenzarán a discernir el valor intrínseco de todas las cosas; entonces ya no percibirán los valores como meros resultados de los opuestos (12).
Donde hay deseo, jamás puede haber discernimiento. La opción, que se basa en el deseo, nunca puede generar discernimiento. La opción es el conflicto de los opuestos. Al optar, al elegir entre opuestos, creamos meramente más opuestos. Lo que se considera esencial se convierte en lo no esencial, y este movimiento no es progreso. La opción crea los opuestos. En tanto la mente esté presa en este sistema de opuestos, jamás puede haber discernimiento (12).
Hay un hambre verdadero, un anhelo verdadero; no es el deseo de un opuesto, sino el deseo de comprender la causa de la cosa misma en la que uno está atrapado (12).
Cuando no hay deseo ni no deseo, entonces se comprende qué es lo permanente. Es un estado extremadamente sutil y difícil de captar; requiere un esfuerzo apropiado y persistente para no quedar presos entre los opuestos, renunciando y aceptando. Si somos capaces de discernir que los opuestos son erróneos, que tienen que resultar en conflicto, entonces ese mismo discernimiento, esa misma percepción alerta, trae consigo la iluminación. Hablar de esto es muy difícil, puesto que cualquier símbolo que podamos usar despierta en la mente un concepto que contiene en sí el opuesto. Pero si podemos discernir plenamente que, a causa de nuestra propia ignorancia, creamos dolor, entonces no pondremos en marcha el proceso de los opuestos (14).
El deseo crea dualidad en el pensamiento, y cuando un deseo causa dolor, la mente busca el opuesto de ese deseo. Ya se trate de un ansia de consuelo o de la negación del consuelo, es lo mismo, sigue siendo deseo. Por eso la mente mantiene el conflicto de los opuestos (14).
Cuando la mente se identifica con el deseo o con los opuestos, hay conflicto; entonces la mente trata de escapar mediante la ilusión y los valores falsos, y de ese modo intensifica todo el proceso del deseo (14).
Mediante la observación profunda percibirán ustedes cómo el deseo engendra miedo [de no conseguir lo que quiero] e ilusión [eso que deseo es irreal] y divide la conciencia en pasado, presente y futuro, en lo superior y lo inferior, en recuerdos acumulados y en recuerdos por adquirir. De este modo, la ignorancia con sus deseos, sus prejuicios y temores, crea dualidad en la conciencia, y de esta dualidad surgen los múltiples problemas de control y el conflicto, así como el proceso de la autodisciplina basado en la autoridad del ideal y de la memoria, el cual controla y limita nuestras acciones y, de ese modo, engendra frustración (14).
Cuando tomamos conciencia del proceso dual del deseo [el que desea y lo deseado] y estamos pasivamente alerta a él, existe el júbilo de lo real, júbilo que no es producto de la voluntad o del tiempo (15).
El deseo crea contradicción, y a la mente que está del todo alerta no le agrada vivir en contradicción, por lo tanto, trata de liberarse del deseo [tratar de liberarse es otro deseo]. Pero si la mente puede comprender el deseo sin tratar de eliminarlo, sin decir: ‘éste es un deseo mejor y aquél es un deseo peor, voy a conservar éste y descartaré el otro’, si puede estar atenta a todo el campo del deseo sin rechazar ni optar ni condenar, entonces verá usted que la mente es deseo, que no está separada del deseo [no hay dualidad entre el que desea –el yo- y lo deseado]. Si usted comprende realmente esto, la mente se torna muy quieta. Los deseos llegan, pero ya no pueden ejercer efecto, ya no tienen mayor significación: no arraigan en la mente creando problemas. La mente reacciona, de lo contrario no está viva, pero la reacción es superficial y no echa raíces. Por eso es importante comprender todo este proceso del deseo en el que se halla atrapada la mayoría de nosotros. Estando atrapados, sentimos la contradicción, el dolor infinito de ello, por eso luchamos contra el deseo, y la lucha crea dualidad. Si podemos mirar el deseo sin juzgarlo, evaluarlo ni condenarlo, encontraremos que ya no echa más raíces. La mente que ofrece terreno a los problemas permitiéndoles que arraiguen, jamás puede encontrar lo real. La cuestión, pues, no es cómo resolver el deseo, sino cómo comprenderlo, y es posible únicamente cuando no lo condenamos (49).
El deseo urgente nace de la dualidad: ‘soy infeliz y debo ser feliz’. Precisamente en esta ansia de felicidad, hay infelicidad. Cuando uno hace un esfuerzo por ser bueno, en esa misma bondad está su opuesto, la maldad [intentando ser bondadoso, hacer el bien, se hace daño, porque la mente está confusa]. Toda aseveración contiene su opuesto, y el esfuerzo por vencer, fortalece aquello contra lo cual se lucha [se vende comprendiendo, no luchando]. Cuando usted anhela una experiencia de la verdad o de la realidad, ese anhelo nace de su descontento con lo que es, y así crea su opuesto. Y en lo opuesto está lo que ha sido. Por lo tanto, uno debe liberarse de esta urgencia incesante, de otra manera no habrá salido del círculo de la dualidad (44).
Al estar insatisfechos con determinado objeto del deseo, le hallamos un sustituto. Sin cesar nos movemos de un objeto de deseo a otro que consideramos superior, más noble, más refinado. Pero, por refinado que sea, el deseo es siempre deseo, y en este movimiento del deseo se produce una lucha interminable que es el conflicto de los opuestos (43).
Si comprendemos que cualquier tipo de deseo acarrea frustración, desesperación y, por lo tanto, el conflicto dualista de la esperanza [deseo esto y con disciplina y control conseguiré lo que quiero], si realmente vemos eso como un hecho objetivo, sin decir: ‘¿cómo puedo alcanzar ese estado?’, entonces nos limitamos a ver que el deseo propicia el dolor. Entonces el acto mismo de verlo acalla el deseo (5).
Un deseo puede vencer a otro, y muchas veces lo consigue. Pero el deseo que es dominante crea otro deseo más, que a su vez llega a ser el perdedor o el ganador, y así se pone en marcha el conflicto de la dualidad [conflicto entre los diferentes deseos]. Este proceso no tiene fin (53).
Dos deseos o impulsos opuestos no pueden ser integrados, y cuando introducís un tercer elemento, que es el deseo de integración, no hacéis más que complicar el problema, no lo resolvéis [el deseo integrado, también tiene su opuesto] (53).
No podéis convertir deseos contradictorios en un todo armónico. Intentar hacerlo es un acto de la mente [confusa, condicionada], y la mente misma no es más que una parte [de la mente total]. Una parte no puede crear el todo (67).