La mente está siempre buscando satisfacción en diferentes formas. La necesidad se ha convertido así en un medio de gratificación. Esto se expresa de muchas maneras: codicia, poder, posición y así sucesivamente. ¿No puede uno existir en este mundo, sin tener deseos? Esto lo descubrirá en su vida cotidiana. No separe las necesidades y el deseo, lo cual sería una manera falsa de abordar la comprensión del deseo. Cuando las necesidades son exaltadas como un medio de destacar la importancia propia, el deseo pone en marcha el complejo proceso de la ignorancia. Si acentuamos meramente las necesidades y las convertimos en un principio, estamos de nuevo abordando la cuestión del deseo desde un punto de vista absolutamente falto de inteligencia; pero, si comenzamos a considerar el proceso del deseo mismo, el cual engendra miedo e ignorancia, entonces las necesidades tendrán un valor significativo (14).
Pregunta: ¿no es a veces muy difícil diferenciar entre las necesidades humanas naturales y los deseos psicológicos de satisfacción? Krishnamurti: es muy difícil diferenciarlos. Para hacerlo, tiene que haber claridad de percepción. Al darnos cuenta del proceso de todos los deseos que van surgiendo y al comprenderlos plenamente, las necesidades humanas naturales se regularán inteligentemente sin que les demos un énfasis excesivo (14).
Deberíamos ser capaces, según creo, de discernir la diferencia entre necesidad y deseo. El deseo nunca puede ser integrado, porque el deseo siempre crea contradicción, su propio opuesto; mientras que, si podemos entender la necesidad, veremos que en ella no hay contradicción. Y, por cierto, es importante darse cuenta de este problema del deseo, que origina contradicción en cada uno de nosotros; porque el deseo no puede en momento alguno producir integración, y sólo en el estado de integración, en el estado de integridad, existe una posibilidad de ir más allá de las contradicciones creadas en la mente por el deseo. Después de todo, el deseo es sensación, y la sensación es la base del pensamiento, de la mente. La sensación es el fundamento de nuestro pensar; y mientras no entendamos el proceso del deseo, forzosamente crearemos en nuestra vida el conflicto de la contradicción. La comprensión del deseo es, pues, esencial; y esa comprensión no llega por el mero hecho de transferir el deseo de uno a otro nivel. El deseo en cualquier nivel, por alto que lo coloquemos, es inevitablemente contradictorio y por lo tanto destructivo. Mas si podemos comprender la necesidad, veremos que el deseo nos ata, que él no trae libertad; y discernir lo que es necesario, es una tarea bastante ardua, porque el deseo constantemente se mezcla con nuestras necesidades. Cuando comprendemos la necesidad no hay contradicción, mas para comprender la necesidad debemos comprender el deseo. Y nuestro problema está en la constante batalla que se desarrolla entre necesidad y deseo. Toda nuestra estructura social se basa en esa contradicción del deseo. Si podemos, pues, ver cómo el proceso total del deseo obra en nuestra vía diaria, comprenderemos la extraordinaria importancia de la necesidad. La necesidad no es asunto de opción. Cuando podemos comprender lo que es necesario, no hay contradicción ni batalla alguna dentro o fuera de nosotros; ¿pero no debemos, para comprender la necesidad, examinar el proceso de la mente que escoge lo que es necesario? No bien interviene la opción, ¿no obstruimos con ello la comprensión de la necesidad? Cuando optamos, ¿descubrimos acaso lo que es necesario? La opción siempre se basa en nuestro ‘condicionamiento’; y ese ‘condicionamiento’ es resultado de nuestros deseos contradictorios. Si escogemos pues, lo que es necesario, forzosamente crearemos conflicto y produciremos confusión. No hay pensamiento sin sensación; el pensamiento es resultado de la sensación, se funda en la sensación; y si podemos comprender las modalidades de la sensación, los hábitos del pensamiento, y no escoger lo que es necesario, podremos ver que la necesidad es asunto sencillo; y en esa comprensión no hay conflicto ni contradicción. Donde hay deseo, hay conflicto y contradicción; y ya sea que nos demos o no cuenta de ello, la contradicción invariablemente trae dolor. El deseo, pues, es dolor, tenga él por objeto cosas triviales o grandes cosas. El deseo trae inevitablemente consigo su propio opuesto; y por ello es importante comprender todo el proceso del pensamiento, que es el ‘yo’ y lo ‘mío’. La comprensión del deseo es el camino del conocimiento propio. Sin comprender el ‘yo’, no hay posibilidad alguna de comprender lo que es esencial, necesario en la vida. El conocimiento propio viene tan sólo con la comprensión de la convivencia, que es el comienzo de la sabiduría (63).
La comprensión de las necesidades es de gran significación. Existen las necesidades exteriores, útiles y esenciales, comida, ropa, techo. Pero fuera de eso, ¿hay alguna otra necesidad? Aunque cada cual esté atrapado en el torbellino de sus necesidades internas, ¿son ellas esenciales? La necesidad del sexo, la necesidad de realización, el apremiante impulso de la ambición, de la envidia, la codicia, ¿son el camino de la vida? Cada cual ha hecho de eso el camino de la vida por miles de años. La sociedad y la iglesia respetan y honran grandemente esas cosas. Todos han aceptado ese modo de vivir, o estando tan condicionados a esa vida continúan con ella, luchando débilmente contra la corriente, desalentados, buscando escapes. Y los escapes se vuelven más significativos que la realidad. Las necesidades psicológicas son un mecanismo de defensa contra algo que es mucho más significativo y real. La necesidad de realizarse, de ser importante, brota del miedo a algo que está ahí pero no se conoce, que no ha sido experimentado. La realización y la autoimportancia en nombre del propio país o de un partido, o en virtud de alguna creencia gratificadora, son escapes del hecho de la propia nada, de la vacuidad y soledad de nuestras actividades autoaislantes. Las necesidades internas, que parecen no tener fin, se multiplican, cambian y continúan. Éste es el origen, la fuente del contradictorio y abrasador deseo. El deseo siempre está ahí. Los objetos del deseo cambian, disminuyen o se multiplican, pero el deseo está siempre ahí. Controlado, torturado, negado, aceptado, reprimido, dejado en libertad de moverse o interceptado en su carrera, él está siempre ahí, débil o fuerte. El deseo es perturbador, doloroso, lleva a la confusión y a la desgracia, pero no obstante está ahí, siempre está ahí, frágil o poderoso. Comprenderlo completamente, sin reprimirlo, sin disciplinarlo, comprenderlo más allá de todo reconocimiento es comprender la necesidad. La necesidad y el deseo marchan juntos, como la realización y la frustración. No hay deseo noble o innoble sino sólo deseo en permanente conflicto dentro de uno mismo. Cuando existe la comprensión total de la necesidad, tanto en lo externo como en lo interno, entonces el deseo no es una tortura. Entonces tiene un sentido por completo diferente, una significación que está mucho más allá del sentimiento con sus emociones, mitos e ilusiones. Con la total comprensión de la necesidad, no meramente de la cantidad o cualidad de ella, el deseo es entonces una llama y no una tortura. Sin esta llama la vida misma se malogra, se pierde. Esta llama es la que quema la mezquindad de su objeto, las fronteras, las vallas que le han sido impuestas. Entonces uno puede darle el nombre que quiera, amor, muerte belleza. Entonces está ahí sin que tenga fin (48).