En el intento de descubrir cuáles son sus deseos, no traten de controlar su pensamiento y su emoción. Más bien, permitan a la mente estar despierta de tal manera, que todos los impedimentos, las trabas que ahora abruman al pensamiento, se revelen a sí mismos. En el descubrimiento de estos obstáculos, comprenderán la actividad de sus deseos ocultos (12).
Comentario: ¿debemos detener el deseo? Krishnamurti: por cierto que no. Si usted detiene el deseo, entonces ¡adiós! Eso es muerte. ¿Cómo puede detener el deseo? No es una cosa que uno apaga y enciende. ¿Por qué quiere detener el deseo? Porque le causa dolor. Si le da placer, continúa con él, no me formula esa pregunta; pero en el momento que le causa dolor, dice: ‘sería mejor que terminara con él’. ¿Por qué experimentan dolor? Porque no hay comprensión. Si comprende una cosa, entonces no hay dolor (13).
El deseo jamás puede ser vencido; mas cuando percibimos la verdad de que el deseo siempre crea su propio opuesto y es por lo tanto una contradicción, entonces el deseo llega a su fin (63).
K: las personas religiosas, los monjes de todo el mundo, han dicho: ‘permanece sin deseos, controla el deseo, reprime el deseo. Si no puedes hacerlo, transfiérelo a algo que sea valioso, a Dios, a la iluminación, a la verdad, a lo que fuere’. A: pero entonces ésa es sólo otra forma de deseo: el deseo de no desear. K: por supuesto. A: así nunca salimos de eso. K: sí, pero ya lo ve, ellos dijeron: controla el deseo. Porque usted necesita energía para servir a Dios y, si está atrapado, en el deseo, está atrapado en la aflicción, en la pena, lo cual disipará su energía. Por lo tanto, detenga el deseo, contrólelo, reprímalo. Esto lo he visto con frecuencia en Roma: los sacerdotes andan por todos lados con la Biblia y no se atreven a mirar ninguna otra cosa; permanecen leyéndola todo el tiempo porque son atraídos por lo que fuere, por una mujer o una hermosa casa o un lindo reloj. En consecuencia, ¡sigue leyendo, no te expongas jamás a la aflicción, a la tentación! ¡Detén el deseo, porque necesitas tu energía para servir a Dios! De modo que el deseo surge a través de las percepciones: percepción visual, sensación, contacto, deseo. Ése es el proceso. A: sí. Y está toda la acumulación de la memoria para reforzarlo. K: desde luego, sí. A: me ha impresionado lo que usted acaba de decir. Aquí está este libro que ya es ajeno a mí, que de hecho no es más que lo que les ponen a los caballos en las carreras. K: una vez, en la India, yo caminaba detrás de un grupo de monjes. Eran personas muy serias. Había un monje de edad avanzada que iba rodeado de sus discípulos y subían por una colina. Les seguí. Nunca, ni una sola vez, miraban la belleza del cielo, el extraordinario azul del cielo y las montañas, la luz sobre la hierba, los árboles, los pájaros y el agua (…). Jamás, ni una sola vez miraban alrededor. Caminaban con las cabezas bajas y repetían algo en sánscrito, totalmente ignorantes de la naturaleza y de quienes pasaban junto a ellos. Habían pasado toda su vida controlando el deseo y concentrándose sobre lo que pensaban que era el camino hacia la realidad. Por lo tanto, el deseo actuaba ahí como un proceso represivo, limitativo. A: ¿diría usted que el apetito es un foco específico del deseo? K: sí, póngalo de ese modo si gusta. Pero ambos marchan juntos, son dos palabras diferentes para la misma cosa. Entonces surge el problema: ¿es en absoluto necesario el control del deseo? Usted ve que la disciplina es una forma de reprimir y controlar el deseo; ya sea religiosa, sectaria o no sectaria, toda la disciplina se basa en eso, en el control. Controlar nuestro apetito, controlar nuestros deseos, controlar nuestro pensamiento. Este control comprime gradualmente el flujo libre de la energía. A: es asombroso que los Upanishads [textos sagrados, que van surgiendo a partir del siglo VII antes de nuestra Era] en particular hayan sido interpretados en términos de ‘tapas’ [ascesis, penitencias, austeridad] que alientan el control. K: lo sé, lo sé. En la India eso es algo fantástico; los monjes que han venido a verme -se les llama sanyasis- son increíbles. Hace algunos años vino a verme un monje, un hombre bastante joven que había dejado su casa y su hogar a la edad de quince años a fin de encontrar a Dios. Había renunciado a todo vistiéndose con la túnica. A medida que iba creciendo, a los dieciocho años, a los diecinueve, a los veinte, el apetito sexual ardía. Había tomado votos de celibato, como lo hacen los sanyasis y los monjes. Explicó cómo día tras día en sus sueños, en sus paseos, al ir a una casa para mendigar, esta cosa bramaba como un incendio. ¿Sabe lo que hizo para controlarla? Se había operado él mismo. Tan fuerte era su impulso por Dios. La idea de Dios, no la realidad. Vino a verme después de escuchar varias charlas que yo había ofrecido en ese lugar. Vino a verme llorando. Dijo: ‘¿qué he hecho? ¿Qué me he hecho a mí mismo? No puedo arreglar esto, no puedo hacer crecer un nuevo órgano, se acabó’. Ése es un caso extremo. Pero todo control se mueve en esa dirección. A: la persona que a veces es llamada el primer teólogo cristiano, Orígenes, se castró a sí mismo a causa de lo que entiendo fue una mala interpretación de las palabras de Jesús; ‘si tu mano te ofende, córtala’. K: señor, para mí la autoridad es criminal en ese sentido. No importa quién lo diga. A: igual que el monje que usted describió, Orígenes llegó más tarde a arrepentirse de esto al ver que carecía por completo de importancia. ¿También este monje le dijo en medio de sus lágrimas que no había llegado a ser mejor en ningún aspecto? K: al contrario, señor, dijo: ‘he cometido un pecado, he cometido un acto perverso’. Comprendió lo que había hecho, que una acción así no conducía a nada. ¡Me he encontrado con tantos casos! No con formas tan extremas de control y negación pero sí con otros que se han torturado por una idea, por un símbolo, por un concepto. Nos hemos sentado a discutir con ellos y comenzaron a ver lo que habían hecho consigo mismos. Conocí a un hombre con una alta posición en la burocracia; una mañana se despertó y dijo: ‘estoy juzgando a otros en la Corte y parece que les dijera: yo conozco la verdad, ustedes no, de manera que les castigo’. Así que al despertarse esa mañana se dijo: ‘está todo equivocado, tengo que descubrir qué es la verdad’. Entonces renunció y se marchó por veinticinco años para descubrir qué es la verdad. Señor, personas así son terriblemente serias, usted entiende. No son como los vulgares repetidores de algún mantra y esas tonterías. Entonces alguien le trajo a las charlas que yo estaba ofreciendo. Vino a verme al día siguiente. Dijo: ‘usted está perfectamente en lo cierto: he estado meditando acerca de la verdad durante veinticinco años y eso ha sido una autohipnosis, como usted lo señaló. He estado preso en mis propias fórmulas y estructuras verbales y no he podido salirme de ellas’. ¿Comprende, señor? Se necesitaba valor, se necesitaba percepción para admitir que estuvo equivocado. Valor no, percepción. Viendo, entonces, todo esto, la permisividad, la reacción al estilo victoriano de vida, viendo el mundo con todos sus absurdos, sus trivialidades, su banalidad, la respuesta es renunciar a ello, decir, bueno, no lo tocaré. Pero el deseo arde lo mismo, todas las glándulas trabajan. Uno no puede cortar sus glándulas. Por lo tanto, ellos dicen: ‘controla, no te sientas atraído hacia una mujer, no mires el cielo porque el cielo es tan maravillosamente hermoso que esa belleza podría convertirse después en la belleza de una mujer, en la belleza de una casa, en la belleza de una silla en la que uno puede sentarse cómodamente. De modo que no mires, controla’. Está la permisividad, que es la reacción a la restricción y al control, está la búsqueda de Dios como una idea y por eso uno controla el deseo. Otro hombre que conocí había dejado su casa a la edad de veinte años. Era realmente un sujeto muy extraordinario. Tenía setenta y cinco años cuando vino a verme: al dejar su casa a los veinte había renunciado a todo y anduvo de maestro en maestro. Fue a ver a (…) no mencionaré nombre porque no sería correcto y llegó hasta mí, habló conmigo. Dijo: ‘acudí a todas estas personas preguntándoles si podían ayudarme a encontrar a Dios. He vagado por toda la India desde los 20 años hasta ahora que tengo 75. Soy un hombre muy serio y ninguno de ellos me ha dicho la verdad. He estado con los más famosos, con los más activos socialmente, personas que hablan sin cesar de Dios. Después de todos estos años regreso a mi casa y no encuentro nada. Y viene usted’ -dijo- ‘que nunca habla de Dios. Nunca habla del sendero que conduce a Dios. Habla de percepción, de ver lo que es e ir más allá de eso. El más allá de eso es lo real, no lo que es’. Él tenía 75 años (…). De nuevo la sociedad, que es inmoral, ha dicho: controlen. Por un lado, el lado religioso, dice: ‘controlen’, pero el mercantilismo dice: ‘no controlen, disfruten, compren, vendan’. Y la mente humana dice: todo eso está muy bien. Mi propio instinto es tener placer, de modo que iré tras él. Pero el sábado, el domingo o el lunes o el día que sea, lo dedicaré a Dios. Y este juego continúa, ha continuado por siempre. Entonces, ¿qué es el placer? ¿Por qué debe ser controlado? No digo que eso esté bien o mal, por favor, seamos muy claros desde el principio en que no estamos condenando el placer; no decimos que uno deba darle rienda suelta, dejar que siga su curso, ni que deba reprimirlo o justificarlo. Estamos tratando de comprender por qué el placer ha adquirido una importancia tan extraordinaria en la vida. El placer de la iluminación, el placer del sexo, el placer de la posesión, el placer del conocimiento, el placer del poder (58).
En el momento que controlo, hay desorden, porque estoy reprimiendo o aceptando y todo lo demás. Por consiguiente, hay desorden. Pero no lo hay cuando uno permite que la cosa florezca y la observa, la observa en el sentido de estar completamente alerta a ella -a los pétalos, a las sutiles formas del deseo de poseer y de no poseer-, cuando está alerta a todo ese movimiento del deseo. Y para eso tiene que haber un sensible estado de vigilancia, una observación muy sensible y sin preferencias (58).
¿Es posible vivir una vida en la que no ejerzamos control alguno? Soy muy cauto en el uso de la palabra control; la ausencia de control no implica hacer lo que nos plazca, actuar de manera permisiva y todas las extravagancias modernas, que se han vuelto tan vulgares, estúpidas e insensatas. Usamos la palabra control en un sentido por completo distinto. Aquel que quiera vivir en completa paz, tiene que comprender este problema del control. El control existe entre el centro [el yo] y el pensamiento -el pensamiento que toma diferentes formas, que tiene diferentes propósitos, diferentes movimientos. Uno de los factores del conflicto es el deseo y su realización. El deseo surge a la existencia cuando hay percepción y sensación. Eso es bastante simple y claro. Entonces, ¿puede la mente darse cuenta por completo de ese deseo y terminar con él, no concederle el menor movimiento? (64).
La mayoría de ustedes ha suprimido el deseo, por varias razones: porque no es conveniente, no es satisfactorio, porque cree que no es moral, o porque los libros religiosos dicen que para encontrar a Dios deben carecer de deseo, etc. La tradición dice que deben suprimir, controlar, dominar el deseo, de modo que gastan su tiempo y energía en disciplinarse. Ahora bien, veamos primero lo que le sucede a una mente que siempre se está controlando, que está suprimiendo, sublimando el deseo. Esa mente, al estar ocupada consigo misma [pensando], se vuelve insensible [a más pensamiento menos sensibilidad]. Aunque pueda hablar de sensibilidad, bondad, aunque pueda decir que debemos ser fraternos, que debemos producir un mundo maravilloso, y todas las demás tonterías de las que habla la gente que suprime el deseo, esa mente es insensible porque no comprende lo que ha suprimido. Tanto si suprime como si se deja llevar por el deseo, es esencialmente lo mismo, porque el deseo sigue estando ahí. Usted puede suprimir el deseo de tener una mujer, un coche, posición; pero el propio impulso de no tener estas cosas, que hace que usted suprima el deseo que tiene de ellas, es en sí una forma de deseo. De manera que, porque está atrapado en el deseo, tiene que comprenderlo, y no decir que está bien o mal (25).