El conocimiento propio es un proceso:
Para comprender los innumerables problemas que tiene cada uno de nosotros, ¿no es esencial que haya conocimiento propio? Esa percepción alerta respecto de uno mismo es una de las cosas más difíciles que hay; no significa un aislamiento, un retirarse del mundo. Obviamente, es esencial que nos conozcamos, pero ello no implica que hayamos de separarnos de nuestras relaciones. Sería, por cierto, un error pensar que uno puede conocerse a sí mismo de una manera significativa, completa, plena, mediante el aislamiento, la exclusión, o acudiendo a algún psicólogo o a algún sacerdote; o que puede aprender conocimiento propio por medio de un libro. El conocimiento propio es un proceso, no es un fin en sí mismo; y para conocernos debemos estar atentos a nosotros mismos en la acción, la cual es relación. Uno se descubre a sí mismo, no en el aislamiento, no en el retiro, sino en la relación: relación con la sociedad, con nuestra esposa, nuestro marido, nuestro hermano; relación con la humanidad. Pero descubrir cómo reaccionamos, cuáles son nuestras respuestas, requiere un extraordinario estado de alerta mental, una notable agudeza de percepción.
La mente sin ataduras:
La transformación del mundo resulta de la transformación de uno mismo, porque uno mismo es producto y parte del proceso total de la existencia humana. Para que uno pueda transformarse, es esencial que se conozca; sin conocer lo que somos, no hay base para el recto pensar ni puede haber transformación alguna. Uno debe conocerse tal como es, no como quisiera ser, lo cual es tan sólo un ideal y, por lo tanto, es algo ficticio, irreal; sólo lo que es puede ser transformado, no lo que uno desearía ser. Conocernos tal como somos requiere una vigilancia extraordinaria de la mente, porque lo que es experimenta modificaciones, cambios constantes; y para poder seguirlos con rapidez, la mente no debe estar atada a ningún dogma, a ninguna creencia en particular, a ningún modelo de acción. Si uno quiere ir en pos de algo, no es bueno estar atado. Para conocernos a nosotros mismos, nuestra mente debe hallarse en un estado de percepción alerta, de vigilancia, estado en el que se halla libre de todas las creencias, de todas las idealizaciones, porque las creencias y los ideales nos dan un solo color, falseando la verdadera percepción. Si queremos saber lo que somos, no podemos imaginar algo que no somos ni creer en ello. Si soy codicioso, envidioso, violento, de poco vale que tenga meramente un ideal de no-violencia, de no codicia […]. La comprensión de lo que somos ‑feos o hermosos, malvados o dañinos, lo que fuere-, el comprender sin distorsión alguna lo que realmente somos, es el principio de la virtud. La virtud es esencial, porque ella nos brinda libertad.
Conocimiento propio activo:
Sin conocimiento propio, la experiencia engendra ilusión; con conocimiento propio, la experiencia, que es la respuesta al reto, no deja un residuo acumulativo como memoria. El conocimiento propio es el descubrimiento, de instante en instante, de las modalidades del «yo», de sus intenciones y de su actividad, sus pensamientos y apetitos. Jamás puede existir «su experiencia» y «mi experiencia»; la expresión misma «mí experiencia» indica ignorancia, demuestra que uno acepta la ilusión.
La creatividad a través del conocimiento propio:
… No hay un método para el conocimiento propio. El hecho de buscar un método implica, invariablemente, el deseo de obtener algún resultado; y eso es lo que todos queremos: obtener resultados. Seguimos a la autoridad ‑si no es la autoridad de una persona, es la de un sistema, de una ideología- porque queremos un resultado que habrá de ser satisfactorio, que nos brindará seguridad. En realidad, no deseamos conocernos a nosotros mismos, nuestros impulsos y nuestras reacciones, todo el proceso de nuestro pensar, tanto lo consciente como lo inconsciente; deseamos más bien seguir un sistema que nos asegure un resultado. Pero el seguimiento de un sistema es, en todos los casos, la consecuencia de nuestro deseo de seguridad, de certidumbre, y el resultado no es, por cierto, la comprensión de uno mismo. Cuando seguimos un método, necesitamos tener autoridades ‑el instructor, el gurú, el salvador, el Maestro- que nos garanticen lo que deseamos; y ése no es el camino del conocimiento propio.
La autoridad impide la comprensión de uno mismo, ¿no es así? Al abrigo de una autoridad, de una guía, podemos tener transitoriamente una sensación de seguridad, de bienestar, pero eso no es comprender el problema total de nosotros mismos. La autoridad, por su propia naturaleza, impide la plena percepción de uno mismo y, por eso, destruye finalmente la libertad. Unicamente en libertad puede existir el espíritu creativo. La creatividad sólo es posible a través del conocimiento propio.
La mente quieta, la mente sencilla:
Cuando estamos conscientes de nosotros mismos, ¿no es todo el movimiento del vivir un modo de dejar al descubierto el «yo», el ego? El «yo», el «sí mismo», es un proceso muy complejo que puede ser descubierto solamente en la relación, en nuestras actividades cotidianas, en la manera como hablamos, como juzgamos, como calculamos, como censuramos a otros y a nosotros mismos. Todo eso revela el estado condicionado de nuestro propio pensar. No es importante, pues, darnos cuenta de todo este proceso? Sólo mediante la percepción, de instante en instante, de lo que es verdadero, existe el descubrimiento de lo intemporal, de lo eterno. Sin conocimiento propio, no podemos dar con lo eterno. Cuando no nos conocemos a nosotros mismos, lo eterno se vuelve una mera palabra, un símbolo, una especulación, un dogma, una creencia, una ilusión por medio de la cual la mente puede escapar. Pero si uno empieza a comprender el «yo» en todas sus diversas actividades cotidianas, entonces, por obra de esa comprensión misma y sin que haya esfuerzo alguno, surge a la existencia lo innominado, lo intemporal. Pero lo intemporal no es una recompensa por el conocimiento propio. No se puede tratar de obtener lo eterno; la mente no puede adquirirlo. Se manifiesta a sí mismo cuando la mente está quieta, y la mente puede estar quieta sólo cuando es sencilla, cuando ya no acumula, ni condena, ni juzga, ni sopesa. Sólo la mente sencilla puede comprender lo real; no así la mente repleta de palabras, conocimientos, informaciones. La mente que analiza, que calcula, no es una mente sencilla.
Conocerse a sí mismo:
Sin conocerse a sí mismo, haga uno lo que hiciere, no es posible el estado de meditación. Entiendo por «conocerse a sí mismo», conocer cada pensamiento, cada estado de ánimo, cada palabra, cada sentimiento; conocer la actividad de la propia mente, no el yo supremo, el gran yo; no existe tal cosa; el yo superior, el atma, sigue estando dentro del campo del pensamiento. El pensamiento es el resultado de nuestro condicionamiento, es la respuesta de nuestra memoria, tanto de la ancestral como de la inmediata. Si no hemos establecido primero, de manera profunda, irrevocable, esa virtud que adviene cuando nos conocemos a nosotros mismos, el mero intento de meditar es totalmente engañoso y absolutamente inútil.
Por favor, es muy importante que aquellos que son serios, comprendan esto. Ya que si no lo hacen, su meditación y el vivir factual estarán divorciados, separados, tan ampliamente separados que, aun cuando uno pueda meditar, adoptar posturas indefinidamente por el resto de su vida, no verá más allá de su nariz. Cualquier postura que adopte, cualquier cosa que haga, no tendrá en absoluto sentido alguno.
… Es importante comprender qué es este conocerse a sí mismo: simplemente, estar atento, sin opción ni preferencia alguna, al «yo», el cual tiene su origen en un haz de recuerdos; sólo estar conscientes de él sin interpretarlo, tan sólo observar el movimiento de la mente. Pero esa observación se ve impedida cuando, por medio de la observación, uno se limita a acumular ideas sobre qué debe hacer, qué no debe hacer, qué debe lograr. Si procedemos así, ponemos fin al proceso vivo que es el movimiento de la mente centrada en el «yo». O sea, tengo que observar y ver el hecho, lo factual, lo que es. Si esa observación la abordo con una idea, con una opinión ‑como la de «no debo», o «debo», que son las respuestas de la memoria-, entonces el movimiento de lo que es se ve obstaculizado, bloqueado; por lo tanto, no existe el aprender.
El vacío creativo:
¿No puede usted escuchar esto de la misma manera como la tierra recibe la semilla, y ver si la mente es capaz de estar libre, vacía? Puede estar vacía sólo comprendiendo sus propias proyecciones, sus propias actividades, no de vez en cuando, sino de día en día, de instante en instante. Entonces encontrará la respuesta, verá que el cambio llega sin que lo pida, verá que el estado de vacío creativo no es algo que pueda ser cultivado; está ahí, adviene misteriosamente, sin invitación alguna, y sólo en ese estado hay una posibilidad de renovación, de que ocurra algo nuevo, una revolución interna.
El conocimiento propio:
El recto pensar llega con el conocimiento propio. Si no nos comprendemos a nosotros mismos, nuestro pensamiento carece de base; sin el conocimiento propio, lo que pensamos no es verdadero.
Yo y el mundo no somos dos entidades diferentes con problemas separados; yo y el mundo somos uno. Mi problema es el problema del mundo. Yo puedo ser el resultado de ciertas tendencias, de influencias ambientales, pero en lo fundamental no soy diferente de otro. Internamente somos todos muy semejantes: a todos nos impulsa la codicia, la mala voluntad, el miedo, la ambición, etc. Nuestras creencias, esperanzas, aspiraciones, tienen en todos una base común. Somos todos uno, somos una sola humanidad, aunque nos dividan las fronteras artificiales de la economía, la política y el prejuicio. Si mato a otro, me estoy destruyendo a mí mismo. Uno es el centro de lo total; si no se comprende a sí mismo, no puede comprender la realidad.
Tenemos un conocimiento intelectual de esta unidad, pero mantenemos el conocimiento y el sentimiento en secciones diferentes; en consecuencia, jamás experimentamos la unidad extraordinaria del ser humano.
La relación es un espejo:
El conocimiento propio no lo es de acuerdo con alguna fórmula. Uno puede acudir a un psicólogo o a un psicoanalista para averiguar acerca de sí mismo, pero eso no es conocimiento propio. El conocimiento propio surge cuando estamos atentos a nosotros mismos en la relación, la cual revela lo que somos de instante en instante. La relación es un espejo en el cual podemos vernos tal como realmente somos. Pero pocos tenemos la capacidad de mirarnos tal cual somos en la relación, porque inmediatamente comenzamos a censurar o justificar lo que vemos. Juzgamos, evaluamos, comparamos, negamos o aceptamos, pero jamás observamos verdaderamente lo que es, y para la mayoría de las personas esto parece lo más difícil de hacer; no obstante, sólo esto puede dar comienzo al conocimiento propio. Si en este espejo extraordinario de la relación, el cual no deforma nada, podemos vernos así como somos, si simplemente tenemos la capacidad de mirar con atención plena en este espejo y ver realmente lo que es, estar atentos a ello sin condenar, ni juzgar, ni evaluar ‑y uno mira así cuando hay un interés serio-, encontraremos que la mente puede liberarse de todo su condicionamiento. Sólo entonces está libre para descubrir lo que se encuentra más allá del campo del pensamiento.
Al fin y al cabo, por erudita o insignificante que la mente sea, está, consciente o inconscientemente, limitada, condicionada, y cualquier extensión de este condicionamiento sigue estando dentro del campo del pensar. Así pues, la libertad es algo por completo diferente.