Estén alerta a la identificación y a la condena, a la justificación y a la comparación; al estar alerta a ellas, llegarán a su fin (15).
Es importante comprender el deseo de censurar o aprobar, de justificar o comparar, porque este deseo impide la plena comprensión del ser total (15).
Condenar o aceptar es generar resistencia que impide la comprensión (15).
Condenar es una forma de inacción, porque el comprender exige acción, no opciones (15).
La capacidad de evaluación es el resultado del anhelo (15).
Cuando la mente condena o justifica, lo hace ya sea para negar lo que percibe o para escapar de ello (16).
El acto de condenar surge únicamente cuando existe el analizador, el examinador, el observador [el yo]. Pero el observador y lo observado son un fenómeno conjunto; y esa unificación, esa integración entre el observador y lo observado tiene lugar cuando no hay sentido alguno de justificación, identificación o condena, o sea, cuando estamos libres del trasfondo, que es el ‘yo’ y ‘lo mío’ (16).
Está en la naturaleza de la mente condenar, justificar, comparar; y cuando vemos en el espejo de la convivencia nuestras propias reacciones e idiosincrasia, nuestra respuesta instintiva es condenarlas o justificarlas (63).
Juzgáis lo que es bueno y lo que es malo, lo que es correcto y lo que es erróneo; condenáis, evaluáis, de acuerdo con vuestro trasfondo [condicionamiento], es decir, según vuestra educación y la cultura en la que os habéis criado (19).
Valorar, condenar, aprobar, poner en una categoría, ha sido nuestro ejercicio durante siglos; darse cuenta de todo esto es comenzar a ver un hecho (34).
Mientras haya un observador, un censor que interpreta, el análisis tiene siempre que ser falso. Porque la condenación o la aprobación que formula el censor se basa en su condicionamiento (34).
El condenar es una reacción, una resistencia, y lo que condenamos es evidente que no lo comprendemos (47).
Si estáis siguiendo realmente algo muy viviente, muy rápido, algo que está en tremendo movimiento, no tenéis tiempo de juzgar, de evaluar, de condenar, ni de identificaros con esa cosa (47).
La primera cosa que tenemos que hacer -y probablemente es la última que tengamos que hacer- es observar sin condenar en forma alguna-. Esto va a ser muy difícil, porque toda nuestra cultura, nuestra tradición consiste en comparar, justificar o condenar lo que somos. Decimos ‘esto es correcto’, ‘esto está equivocado’, ‘esto es cierto’, ‘esto es falso’, ‘esto es bello’, lo cual nos impide observar lo que realmente somos (8).
Cuando condenamos o justificamos, no podemos ver con claridad, ni tampoco cuando la mente está sin cesar parloteando; entonces no observamos lo que es (44).
‘¿Por qué esfuerzo o práctica puede hacerse terminar el pensamiento?’. La evaluación, la condenación, la comparación, es la modalidad del pensamiento, y cuando preguntáis mediante qué esfuerzo o método puede hacerse terminar el proceso del pensamiento, ¿no estáis tratando de ganar algo? Este impulso a practicar un método o hacer un nuevo esfuerzo, es el resultado de la evaluación, y sigue siendo un proceso de la mente [confusa y condicionada] (53).