Aceptar la autoridad [la autoridad de nuestra mente confusa], especialmente en cuestiones que conciernen al recto pensar, es un completo desatino; nos ata, nos estorba. Y el culto de la autoridad es el culto a uno mismo. Es una forma de pereza, de irreflexión, que se deriva en ignorancia y dolor (14).
Necesitamos una revolución en el pensar y, por ende, en la acción, no una revolución para cambiar de líderes. El recto pensar proviene del conocimiento propio y no de un libro, de un sistema; y sólo el recto pensar puede salvarnos de esta crisis (15).
La autoridad, ya sea moderna o antigua, no tiene relación alguna con el recto pensar. Sólo cuando ustedes y yo descubramos cómo pensar rectamente, podremos resolver los colosales problemas con que nos enfrentamos. Si esperamos que otros hagan el trabajo, ellos se volverán los líderes, y los líderes nos conducen inevitablemente a la catástrofe (16).
Donde hay autoridad [presupuestos aceptamos de forma acrítica] no puede haber un pensar y un sentir libres, verdaderos (16).
Siempre estamos siguiendo, y por ello estableciendo psicológicamente la autoridad que invariablemente oscurece nuestro pensar (19).
La autoridad destruye la libertad, coarta la creación, engendra temor y de hecho paraliza todo pensamiento (34).
Uno de los aspectos más curiosos de la estructura de nuestra psique es que queremos que nos digan las cosas, porque somos el resultado de diez mil años de propaganda. Queremos que otro confirme y corrobore nuestro pensamiento, mientras que formular una pregunta es planteársela a sí mismo (59).
Recurrimos a alguien para que nos diga cuál es la conducta correcta o equivocada, cuál es el pensamiento recto o errado, y siguiendo este patrón, nuestra conducta y nuestro pensamiento se vuelven mecánicos, nuestras respuestas automáticas (44).