Cuando tenemos conciencia de que somos ricos, no hay duda que somos pobres. El estar conscientes de nosotros mismos como siendo alguna cosa, es obvio que niega aquello que somos. Si estamos conscientes de que somos virtuosos, ya no somos virtuosos; si estamos conscientes de ser felices, ¿dónde está la felicidad? La felicidad adviene únicamente cuando nos olvidamos de nosotros mismos, cuando no existe el sentido de importancia del ‘yo’. Pero el ‘yo’ se vuelve importante cuando adquieren suma importancia el pasado o el futuro (16).
Renunciar al mundo de la riqueza, el confort y la posición, es cosa comparativamente simple, pero dejar de lado el ansia de ser, de devenir, requiere gran inteligencia y comprensión. El poder que otorga la riqueza es un impedimento para la comprensión de la realidad, como lo es también el poder del talento y la capacidad. Esta forma particular de confianza es obviamente una actividad del ‘yo’: y aunque sea difícil, no es imposible desligarse de esta clase de seguridad y poder. Pero lo que es mucho más sutil y oculto es el poder y el impulso que se apoyan en el ansia de devenir. La autoexpansión en cualquiera de sus formas, tanto por medio de la riqueza como por medio de la virtud, es un proceso de conflicto, que causa antagonismo y confusión. Una mente agobiada con el devenir jamás puede estar tranquila, porque la tranquilidad no es el resultado de una práctica ni del tiempo. La tranquilidad es un estado de comprensión, y el devenir niega esta comprensión. El devenir crea el sentido de tiempo, que es realmente la postergación de la comprensión. El ‘yo llegaré a ser’ es una ilusión nacida de la autoimportancia (46).