¿Qué es eso que exige permanencia, seguridad, que anhela continuar [el Yo, la imagen falsa que tenemos de nosotros]? Sobre esta exigencia se basa nuestra relación social y moral (14).
Nuestra moralidad se basa en la elección, en la acción de la voluntad [la voluntad supone división, fragmentación, confusión, deseo… dolor], detrás de la cual está la imagen. Ahora bien, todo cambio que produzcamos de manera consciente estará dentro de ese modelo, de modo que nuestra acción siempre será auto-contradictoria. Cuando la acción se basa en la elección [la mente confusa necesita elegir, la mente lúcida actúa en base a la realidad que ve] y la voluntad, sólo puede estar en un estado de auto-contradicción, porque tras ella está la imagen [distorsionada] de nosotros mismos, la imagen de lo que nos gustaría ser, neurótica o meramente fantástica, agradable o penosa. Según esa imagen, actuamos, y como la acción tiene que variar de manera constante, se contradice (38).
El individuo, el ‘uno’, tiene que investigar toda la estructura de sí mismo, tiene que comprenderse a sí mismo [lo que requiere una correcta observación de nosotros mismos] no conforme a algún filósofo, sacerdote o analista, quienquiera que pueda ser. Tiene que comprenderse a sí mismo tal como es, no de acuerdo con algún otro (51).
Es comparativamente fácil ser moral: ‘haz esto y no hagas aquello’. Debido a que es fácil, usted puede imitar un sistema moral. Detrás de esa moralidad está al acecho el ‘yo’ [la falsa imagen de uno, la voluntad divisoria], creciendo, expandiéndose, agresivo, dominador (42).