No sé si han notado que cualquier clase de estímulo, a la larga embota la mente y la sensibilidad del corazón (16).
Una mente que no tiene ninguna idea es sensible, es capaz de ver directamente lo que es, y, por tanto, es capaz de acción [no reacción que incrementa el condicionamiento] (50).
Una mente aquietada por la disciplina es una mente embotada; vive en su fórmula de disciplina, y una mente tal no es sensible ni es libre. Sólo vive en lo conocido; no es una mente abierta (63).
Si estáis ciegos y realmente lo sabéis, si no os imagináis que podéis ver, ¿qué sucede? Os movéis lentamente, tocáis, palpáis; surge una nueva sensibilidad (19).
La seguridad en la fama, en las relaciones, en el conocimiento, destruye la sensibilidad y ahí se introduce el deterioro (56).
Sutileza y sensibilidad van juntas cuando la mente ya no está buscando (47).
Tanto biológica como psicológicamente, el cerebro es un instrumento que puede ser altamente agudizado, hacerse sumamente sensible. Pero la sociedad -me refiero a nuestras relaciones en el empleo, en la familia, en toda la estructura psicológica de la sociedad- no va a hacerle sensible. Al contrario, sólo cuando uno comprende toda esta estructura psicológica de la sociedad, de la que forma parte, observando y comprendiendo el proceso del pensamiento, sólo entonces el cerebro se vuelve agudo, vivo, penetrante, consciente (47).
Una mente sensible no está limitada por ningún patrón establecido; está avanzando constantemente, fluyendo como un río, y en ese movimiento constante no hay represión, ni conformidad, ni deseo de logro (65).
Somos muy sensibles, hay una docena de razones. Yo tengo una imagen de mí mismo, y no quiero que usted lastime esa imagen (39).
Dense cuenta si pueden ver, observar, mirar sin una sola palabra la imagen, ya que en tal caso despertarán la sensibilidad. Ustedes no son sensibles al polvo del camino, a la escualidez, a la desdicha, a la pobreza; simplemente han aceptado todo eso (41).
Una mente no es sensible si existe algún tipo de prejuicio, el cual la torna incapaz de cualquier investigación real en toda la estructura que es uno mismo (37).
Una mente no es sensible cuando está abarrotada de ideas, prejuicios, opiniones a favor o en contra (66).
¿Puede la mente vulgar volverse sensible? Si digo que mi mente es vulgar, y trato de volverme sensible, el esfuerzo mismo de volverme sensible es vulgaridad. Por favor, vea esto. No se sienta perplejo, obsérvelo. Mientras que, si reconozco que soy vulgar, sin tratar de cambiar eso, sin procurar volverme sensible, si empiezo a comprender qué es la vulgaridad, si la observo en mi vida de día en día, si observo mi modo voraz de comer, la rudeza con que trato a la gente, el orgullo, la arrogancia, la tosquedad de mis hábitos y pensamientos, entonces esa observación misma trasforma lo que es (42).
Con la alerta percepción de sí misma, sin ningún deseo de ser o de no ser, la mente llega a un estado de inacción. La inacción no es la muerte; es una pasiva vigilancia en la que el pensamiento está totalmente inactivo. Es el más alto estado de sensibilidad (46).
Hay sensibilidad sólo cuando existe la libertad que viene de la comprensión -la comprensión de las modalidades del ‘yo’, del pensamiento (46).
Sólo la mente en calma es sensible. La acumulación en cualquier forma es una carga; y ¿cómo puede una mente ser libre cuando está cargada? Sólo la mente libre es sensible; lo abierto es lo imponderable, lo implícito, lo desconocido. La imaginación y la especulación impiden lo abierto, lo sensible (53).
Ser totalmente sensible es estar totalmente vivo, y eso es amor (48).
Uno debe observar, ver con gran cuidado la mente y su funcionamiento, prestar atención a lo de dentro y a lo de fuera; de esto emerge la sensibilidad, y en la sensibilidad surge el discernimiento (10).
Nosotros creemos que el primer signo de sensibilidad es pensar, razonar. Pero pensar no es tener sensibilidad (10).
La mayoría de nosotros no está atenta a su relación con la naturaleza. Cuando miramos un árbol, lo vemos desde un punto de vista utilitario, cómo aprovechar su sombra, cómo utilizar su madera. De igual modo tratamos la tierra y sus productos. No hay amor por la tierra, sólo una utilización de la tierra. Si la amáramos, seríamos sobrios con las cosas de la tierra. Hemos perdido el sentido de la ternura, de la sensibilidad. Sólo en la renovación de esa sensibilidad es posible comprender la relación. Tal sensibilidad no adviene cuando colgamos meramente unas cuantas pinturas en la pared o nos ponemos flores en el cabello. Sólo llega cuando dejamos de lado la actitud utilitaria. Entonces ya no dividimos la tierra, entonces ya no decimos que la tierra es mía o tuya (10).
Autor: J. Krishnamurti.