La sabiduría no se compra con la moneda de la codicia o de la impaciencia. Llega a medida que leemos diligentemente el libro del conocimiento propio, o sea, lo que somos de instante en instante, no en un momento determinado, particular. Esto significa, por cierto, un trabajo incesante, un estado de alerta que no sólo es pasivo sino de permanente investigación sin la codicia de un objetivo final. Esta pasividad es, en sí misma, activa. Con la quietud de la mente advienen la suprema sabiduría y la bienaventuranza (14).
El ‘yo’ es una obra de muchos volúmenes que uno no puede leer en un día, pero una vez que se comienza a leerla, es preciso leer cada palabra, cada frase, cada párrafo, porque en ello están las insinuaciones de lo total. El comienzo de la obra es el final. Si uno sabe cómo leer, encontrará allí la suprema sabiduría (14).
La sabiduría no es la adquisición positiva de conocimientos ni la acumulación de hechos. La sabiduría adviene con el conocimiento propio, y sin tal conocimiento de uno mismo no hay recto pensar (15).
Ustedes y yo tratamos, si es posible, de ver exactamente lo que es, de vernos a nosotros mismos tal como somos. Y eso es sumamente difícil a causa de nuestra astucia; ya conocen ustedes todos los innumerables trucos que nos jugamos a nosotros mismos. Aquí, tratamos de desnudarnos internamente y de vernos, porque en esa desnudez del ser adviene la sabiduría, y esa sabiduría es la que trae consigo felicidad (16).
El principio de la sabiduría es la comprensión del proceso total de uno mismo, y ese conocimiento propio, esa comprensión, es meditación (50).
La interrelación es el espejo en el que me veo a mí mismo tal cual soy, y el verme a mismo tal cual soy es el comienzo de la sabiduría. La sabiduría es el principio del conocimiento propio, y esa sabiduría viene cuando comprendéis la interrelación (50).
La comprensión de ‘sí mismo’ es el principio de la sabiduría, y la sabiduría no es reacción. Sólo cuando ha sido comprendido todo el proceso de la reacción, que es el condicionamiento, hay un centro sin punto, es decir, sabiduría (50).
Sin comprender las modalidades del pensamiento, el mero hecho de forzar la mente a meditar es una absoluta pérdida de tiempo y de energía que sólo origina más confusión, más miseria. Comprender, empero, el proceso del ‘yo’ como pensador, conocer las modalidades del ‘yo’ como pensamiento, es el principio de la sabiduría. Para que haya sabiduría tiene que haber comprensión del principio acumulativo que es el pensador [el yo]. Si no se entiende al pensador, la meditación carece de sentido; porque todo lo que él proyecta es conforme a su propio ‘condicionamiento’, y eso, evidentemente, no es la realidad (63).
El autoconocimiento es el principio de la sabiduría, y ésta siempre está sola, porque no puede adquirirse en los libros, por las citaciones de otros. La sabiduría es algo que cada uno tiene que descubrir, no es resultado del conocimiento. Éste y la sabiduría no van juntos. La sabiduría viene cuando hay la madurez del autoconocerse (38).
Reconocer, darse cuenta de lo que uno es, representa ya el comienzo de la sabiduría, el comienzo de la comprensión que os libera del tiempo [ya lo haré, ya cambiaré, etc.]. Introducir el factor tiempo -no el tiempo en el sentido cronológico sino como medio, como proceso psicológico de la mente- es destructivo y crea confusión (43).