Escuchad por favor, no meramente lo que digo, sino lo que efectivamente está sucediendo en vuestra mente mientras hablo: la reacción, el proceso psicológico que en vosotros despiertan mis palabras, mi descripción (19).
¿No es posible escuchar lo que otro dice sin reaccionar? Por cierto, si escucho para descubrir la verdad o la falsedad de lo que estoy diciendo, entonces, de ese escuchar, de esa percepción, surge una acción que no es reacción [la acción desarrolla mi mente, la reacción aumenta su condicionamiento] (47).
Tomemos una cosa, digamos la ambición. Hemos examinado suficientemente lo que hace, cuáles son sus efectos. Una mente ambiciosa jamás puede saber que es sentir simpatía, tener piedad, amar. Una mente ambiciosa es una mente cruel, ya se trate de una ambición externa, interna o espiritual. Y bien, usted ha oído eso. Lo oye; cuando lo oye, lo traduce a su modo y dice: ‘¿cómo puedo vivir en este mundo que está basado en la ambición?’. Por consiguiente, no ha escuchado. Ha respondido, ha reaccionado a una declaración, a un hecho; en consecuencia, no está mirando el hecho. Tan sólo traduce el hecho o emite una opinión acerca del hecho o responde al hecho; por lo tanto, no mira el hecho (42).
El cerebro ha sido condicionado para pensar de una determinada manera, para reaccionar de acuerdo con nuestra cultura, tradición y educación. Ese mismo cerebro trata de escuchar algo nuevo, y no es capaz (65).
Miramos todo, escuchamos todo, como estáis escuchando ahora. Sólo oís las palabras, y estas producen ciertas reacciones, conscientes o inconscientes; y esas reacciones interpretan lo que oís [la mente confusa no escucha, sino que interpreta lo que oye según su condicionamiento] (47).