El deseo crea el sistema de explotación y el sistema mantiene ese deseo. Así que el individuo queda atrapado en este mecanismo y dice: ‘¿cómo puedo salirme de ello?’. Acude a otros para que le conduzcan fuera, pero sólo le conducirán a otra prisión, a otro sistema de explotación. Él mismo, a causa de su ignorancia y de su propio proceso autónomo, ha creado este mecanismo que le aprisiona, y sólo él mismo, mediante su propio discernimiento del proceso del ‘yo’, podrá alcanzar alguna vez la verdadera libertad y realización (14).
El individuo es la expresión de la voluntad del deseo [el deseo se proyecta en su acción] y, en el proceso de su actividad, el deseo crea su propio conflicto y su dolor (14).
El deseo de llegar a ser esto o aquello, ya sea negativa o positivamente, es autoexpansivo, y en la expansión del ‘yo’ no puede haber libertad [porque el Yo es producto del condicionamiento mental] (15).
Como la contradicción es la naturaleza misma del ‘yo’, que es el foco del deseo, el mero optar por uno de los deseos no nos lleva a la comprensión. La opción entre lo esencial y lo no esencial sigue siendo el resultado del deseo. La opción es deseo, y el deseo, por su propio naturaleza, es contradictorio. De modo que la opción tan sólo fortalece al sí mismo, al proceso autolimitador del ‘yo’. La comprensión del deseo es el principio del conocimiento propio. El deseo nunca es estático y, por ende, el ‘yo’ jamás está quieto. Está siempre luchando para obtener y para evitar. El ‘yo’ no es sólo el superior, sino también el inferior (15).
La repetición es, sin duda, el error, no así la acción que tuvo lugar primero [la acción correcta no crea deseo, es un instrumento de la comprensión mental]. Y para comprender esa cualidad repetitiva del deseo, tenemos que comprender toda la estructura de nosotros mismos (66).
El deseo, que nace a causa de la percepción sensorial, el contacto y la sensación, se identifica como el ‘yo’ que desea aferrarse a lo placentero y descartar lo doloroso. Pero lo doloroso y lo placentero son igualmente el resultado del deseo, el cual forma parte de la mente. En tanto haya una entidad que diga: ‘quiero retener esto y descartar aquello’ tiene que haber conflicto. Debido a que queremos desembarazarnos de todos los deseos dolorosos y aferrarnos a aquellos que consideramos fundamentalmente placenteros y útiles, jamás tomamos en cuenta el problema íntegro del deseo. Cuando decimos: ‘debo liberarme del deseo’, ¿quién es la entidad que trata de liberarse de algo? ¿Acaso no es también la consecuencia del deseo? Nuestro problema, pues, no es cómo liberarnos de deseos dolorosos mientras nos aferramos a aquellos que resultan placenteros, sino comprender toda la naturaleza del deseo. Esto suscita las preguntas: ¿qué es el conflicto? Y ¿quién es la entidad que siempre está optando entre lo placentero y lo doloroso? La entidad que llamamos el ‘yo’, el sí mismo, el ego, la mente [condicionada, confusa] que dice: ‘esto es placentero, eso es dolor; retendré el placer y rechazaré el dolor’, esa entidad, ¿no sigue siendo el deseo? (49).
¿Puedo disolver el centro del deseo, no un deseo ni un apetito o ansia en particular, sino la estructura íntegra del deseo, del anhelo, de la esperanza, en la que siempre existe el temor a la frustración [de no conseguir lo que anhelo o deseo]? Cuanto más frustrado me siento, mayor fuerza le doy al ‘yo’. Mientras haya esperanza y anhelo, existe temor, el cual, una vez más, refuerza aquel centro [el Yo]. Y la revolución sólo es posible en el centro, no en la superficie, lo cual es un mero proceso de distracción, un cambio superficial que sólo conduce a una acción dañina. Fuera de las necesidades físicas, cualquier forma de deseo, de grandeza, de verdad o de virtud se convierte en un proceso psicológico por el cual la mente elabora la idea del ‘yo’ [una idea falsa que tengo de mí mismo] y se fortalece en el centro (43).