Nuestros cerebros están dañados. Durante miles de años hemos sido heridos psicológicamente, interiormente, y esas heridas recordadas forman parte de nuestras células cerebrales: la propaganda de dos mil años que dice que soy cristiano, que creo en Jesucristo, o que soy budista; eso es una herida. ¿Comprende, señor? Así que nuestros cerebros están dañados. Remediar este daño es escuchar muy atentamente, escuchar, y en el acto de escuchar se tiene una percepción directa de lo que se ha dicho, y, por consiguiente, hay inmediatamente un cambio en las células cerebrales. Por lo tanto, hay una completa y total ausencia de identificación (25).
¿Alguna vez se ha sentado usted muy silenciosamente, no con la atención fijada en algo, no haciendo un esfuerzo para concentrarse, sino con la mente muy quieta, realmente silenciosa? Entonces escucha todo. Escucha tanto los ruidos lejanos como los que están más próximos, y también los sonidos inmediatos, muy cercanos a usted, lo cual significa que presta atención a todo. La mente no está restringida a un solo canal estrecho y pequeño. Si puede escuchar de este modo, con facilidad, sin esforzarse, hallará que dentro de usted se produce un cambio extraordinario, un cambio que adviene sin que ponga voluntad en ello, sin que lo pida; en ese cambio hay gran belleza y profundidad de discernimiento. Ahora me está usted escuchando; no hace un esfuerzo para prestar atención, sólo está escuchando; y si en lo que escucha hay verdad, hallará que dentro de usted ocurre un cambio notable, un cambio no premeditado ni ansiado; tiene lugar una transformación, una revolución completa en la que rige sólo la verdad y no las creaciones de su mente. Y, si me permite sugerirlo, usted debe escuchar de esa manera todo; no sólo lo que estoy diciendo, sino también lo que dicen otras personas, escuchar a los pájaros, el silbato de una locomotora, el ruido del autobús que pasa. Encontrará que cuanto más lo escucha todo, mayor es el silencio, y ese silencio no es roto, entonces, por el ruido (42).
Un médico en Nueva York me dijo que el problema fundamental es si las células cerebrales, que han estado condicionadas por siglos, pueden producir una mutación. Yo dije que eso es posible sólo a través del escuchar. Pero uno no está dispuesto a escuchar enteramente (10).