Cuando en una crisis arriba a una decisión -no nacida de opción alguna, sino de la acción misma-, entonces llega realmente a estar alerta (12).
Cuando tiene que decidir algo esencial, uno siembra la semilla tanto en su mente como en su corazón, dejando que crezca de manera apropiada, y entonces se despliega naturalmente. Uno hace eso todo el tiempo cuando se interesa en algo de manera vital; deja que sus emociones y sus pensamientos maduren juntos al calor de la acción, en el movimiento de la acción. ¿Pero qué ocurre realmente? Tratamos de decidir una cosa con el intelecto o con la emoción, no con ambos simultáneamente. Deseamos emocionalmente una joya, ésta nos provoca una sensación de valor. Intelectualmente decimos: ‘¡qué absurdo!’. En consecuencia, hay conflicto y surge el esfuerzo para superarlo. Pero si usted reúne el intelecto y la emoción, si les deja madurar juntos y experimenta, si descubre sin identificarse con uno ni con otro, entonces verá (12).
Donde hay opción y de ésta emana una decisión, tal decisión tiene que crear otro opuesto. Y esto existirá mientras nuestra mente se ocupe de la acumulación, ya sea de cosas o de virtudes (12).
Si la mente no puede decidir claramente surgen los problemas. La misma decisión es un problema. Cuando decidimos algo, tomamos una decisión entre esto y aquello. Pero cuando vemos con gran claridad, no hay elección, por lo tanto, no hay decisión. Uno conoce muy bien el camino de aquí al lugar donde vive. Esto es algo mecánico. El cerebro exige que todo opere de forma mecánica. Por lo tanto, dice: ‘me disciplinaré a mí mismo para funcionar mecánicamente’. ‘Debo tener una creencia, un propósito, una dirección, así podré fijar un sendero y lo seguiré’. Y sigue por ese surco. La vida eso no lo permite. Pasan todo tipo de cosas, de manera que el pensamiento se resiste y levanta una pared de creencias, y esta misma resistencia crea problemas. Cuando uno debe decidir entre esto y aquello significa que hay confusión. Cuando elegimos lo hacemos llevados de la confusión, no de la claridad. Cuando hay claridad la acción es completa. Tengo que ser consciente de todas las implicaciones de la confusión y de todas las implicaciones de la decisión, puesto que hay dualidad: ‘el que decide’ y lo que se ha decidido. Por consiguiente, hay conflicto y la confusión se perpetúa. Como está condicionado el cerebro dice: ‘tengo que decidir’ -decidir de acuerdo con el pasado; ésa es nuestra costumbre-. ‘Tengo que decidir qué es lo correcto, lo incorrecto, qué es el deber, qué es la responsabilidad, qué es el amor’. Ahora bien, ¿puede ese cerebro estar sereno, viendo así el problema de la confusión instantáneamente, y actuar puesto que está claro? Entonces no hay decisión en absoluto (65).
Cuando hablamos de aquello que es [la realidad, la verdad], se trata de percepción, no de cognición [interviene el pensar condicionado]. Desde la cognición tomamos una decisión, adoptamos una actitud. Ello significa que ése es un objeto de la memoria, de la historia [del condicionamiento pasado]. Adoptamos nuestra actitud desde el pasado y decimos: ‘esto es bueno, eso es malo, eso es verdad, esto es mentira’. Dependemos de la tradición, de la memoria, del pasado. Jagannath Upadhyaya (17).