Mi mente observa la soledad; el pensador tiene conciencia de que se siente solo. Pero si permanezco plenamente en contacto con eso, es decir, si no escapo de ello, si no lo interpreto y demás, ¿hay diferencia alguna entre el observador y lo observado? ¿O sólo existe un estado, el de la mente misma que está vacía, sola? Entonces, al darse cuenta la mente de que ella misma está vacía y de que cualquier esfuerzo, cualquier movimiento que haga para alejarse de esa vacuidad es tan sólo un escape, una dependencia, ¿puede dejar a un lado toda dependencia y permanecer así, completamente vacía, completamente sola? Y si se halla en ese estado, ¿no está, acaso, libre de toda dependencia, de todo apego? (42).
Nuestras adquisiciones son un medio de tapar nuestro propio vacío; tenemos las mentes como tambores huecos, aporreados por toda mano que pasa y haciendo mucho ruido. Ésta es nuestra vida, el conflicto de los escapes que nunca satisfacen, y de la desgracia creciente. Es extraño que nunca estemos solos, nunca rigurosamente solos. Siempre estamos con algo, con un problema, con un libro, con una persona; y cuando estamos solos, nuestros pensamientos están con nosotros (46).
Todos sabemos lo que es estar solo; un doloroso y temible vacío que no se puede calmar. También sabemos cómo huir de él, porque todos hemos explorado las muchas avenidas de la evasión. Algunos están atrapados en una avenida particular, y otros siguen explorando; pero ni los unos ni los otros están en directa relación con lo que es (46).
Tratamos de llenar nuestro vacío interior con palabras, con sonido, con ruido, con actividad; la música y los cánticos son una feliz evasión de nosotros mismos, de nuestra pequeñez y aburrimiento. Las palabras llenan nuestras bibliotecas; y ¡cuán incesantemente conversamos! Difícilmente nos atrevemos a estar sin un libro, desocupados, solos. Cuando estamos solos, la mente está agitada, vagando por doquier, atormentando, recordando, luchando; así jamás hay soledad, la mente nunca permanece quieta (46).