El dolor psicológico surge solamente cuando no estoy dispuesto a verme tal como soy, a enfrentarme conmigo mismo, a vivir conmigo mismo en mi soledad sin escapar de ella, a estar completamente solo. Y todas mis actividades, mis pensamientos, engendran este sentimiento de soledad porque estoy centrado en mi propio ego, porque pienso en mí mismo todo el tiempo, porque mi actividad me aísla en nombre de la familia, en nombre de Dios, en nombre de los negocios y demás. Psicológicamente, mi pensar es aislador. El resultado de eso es la soledad, y para descubrir su naturaleza e ir más allá tengo que vivir con ella, comprenderla, no decir: ‘es fea, es dolorosa, es esto o aquello’. Tengo que vivir con ella (51).
El dolor de la soledad llena nuestros corazones, y la mente lo encubre con el temor. La soledad, ese profundo aislamiento, es la oscura sombra de nuestra vida. Hacemos todo lo que podemos para huir de ella, nos lanzamos por todas las avenidas de escape que conocemos, pero nos persigue y nunca estamos sin ella. El aislamiento es la modalidad de nuestra vida; rara vez nos fundimos con otro, porque en nosotros mismos estamos abatidos, desgarrados y aun enfermos. En nosotros mismos no somos plenos, completos, y la fusión en otro sólo es posible cuando hay integración interna. Nos da miedo la soledad, porque ella abre la puerta a nuestra insuficiencia, a la pobreza de nuestro propio ser; pero es la soledad la que cura la herida, cada vez más profunda, de la sensación de soledad. Caminar solo, no estorbado por el pensamiento, por el rastro de nuestros deseos, es ir más allá de los límites de la mente. Es la mente la que aísla, separa y destruye la comunión. La mente [confusa y condicionada] no puede hacerse plena; no puede hacerse completa, porque ese esfuerzo mismo es un proceso de aislamiento, es parte de la soledad que nada puede encubrir. La mente es el producto de los muchos y lo que es compuesto nunca puede estar solo (53).