Pregunta: habéis sugerido que sólo mediante el darse cuenta es posible la transformación. Qué entendéis por darse cuenta?
Krishnamurti:
Señor, ésta es una cuestión muy compleja; pero trataré de describir lo que es darse cuenta, si tenéis la bondad de escuchar y seguirlo pacientemente paso a paso hasta el fin. Escuchar no es sólo seguir lo que estoy describiendo, sino también experimentar efectivamente lo que se describe, cosa que significa vigilar el funcionamiento de vuestra mente a medida que yo lo describo. Si os limitáis a seguir lo que se está describiendo, entonces no estás dándoos cuenta, no observáis, no vigiláis vuestra propia mente. El seguir meramente una descripción es como leer una guía mientras el paisaje para desapercibido; pero si vigiláis vuestra mente mientras escucháis, entonces la descripción tendrá significado, y descubrirá por usted mismo lo que significa darse cuenta.
¿Qué queremos decir con la expresión ‘darse cuenta’? Empecemos al nivel más sencillo. Os dais cuenta del ruido que se produce, os dais cuenta de los coches, los pájaros, los árboles, las luces eléctricas, las personas que están sentadas entorno vuestro, el cielo sereno, el aire sofocante. De todo eso os dais cuenta. Ahora bien, cuando oís un ruido, o una canción, o veis que se empuja un carretón, etc., lo que se oye, o lo que se observa, es traducido, es juzgado por la mente; eso es lo que estás haciendo. Os ruego que sigáis esto despacio. Cada experiencia, cada respuesta, es interpretada de acuerdo con vuestro trasfondo, según vuestros recuerdos. Si hubiera un ruido que oyerais por primera vez, no sabríais de qué se trata; pero habéis oído el ruido antes una docena de veces, de modo que vuestra mente lo traduce de inmediato, cosa que constituye el proceso que llamamos pensar. Vuestra reacción a un determinado ruido es el pensamiento de un carretón que es empujado, lo cual es una manera de darse cuenta. Os dais cuenta del color, de los diferentes rostros, las diversas actitudes, las expresiones, los prejuicios, etc. Y si estáis algo alerta, os dais cuenta también de cómo respondéis a estas cosas, no sólo superficial, sino también profundamente. Tenéis ciertos valores, ideales, motivos, impulsos, en diferentes niveles de vuestro ser; y el ser consciente de todo eso es parte del darse cuenta. Juzgáis lo que es bueno y lo que es malo, lo que es correcto y lo que es erróneo; condenáis, evaluáis, de acuerdo con vuestro trasfondo, es decir, según vuestra educación y la cultura en que os habéis criado. Ver todo esto es parte del darse cuenta.
Ahora, vayamos un poco más allá. ¿Qué ocurre cuando os dais cuenta de que sois codiciosos, violentos, o envidiosos? Tomemos la envidia y fijémonos únicamente en ella. ¿Os dais cuenta de que sois envidiosos? Por favor, avanzad conmigo paso a paso, y tened presente que no estáis siguiendo una fórmula si lo convertís en una fórmula, habréis perdido el sentido de todo ello. Estoy desarrollando el proceso del darse cuenta; pero si meramente aprendéis de memoria lo que se ha descrito, estaréis exactamente donde estáis ahora. En cambio, si empezáis por ver vuestro condicionamiento, que es el daros cuenta del funcionamiento de vuestra propia mente a medida que sigo explicando, entonces llegaréis al punto en que es posible una efectiva transformación.
Os dais cuenta, pues, no sólo de las cosas externas y de vuestra interpretación de ellas, sino que también habéis empezado a daros cuenta de vuestra envidia. Pero, ¿qué ocurre cuando os días cuenta de la envidia en vosotros mismos? La condenáis. Decís que está mal, que no debéis ser envidiosos, que debéis amar, lo cual es el ideal. El hecho es que sois envidiosos, mientras que el ideal es lo que deberíais ser. Al ir tras el ideal, habéis creado una dualidad; así, hay un conflicto constante, y en ese conflicto estáis presos.
¿Os dais cuenta, mientras estoy describiendo este proceso, que no hay más que una cosa, que es el hecho de que sois envidiosos? Lo otro, el ideal, es un disparate, no es una cosa efectiva. Y es muy difícil para la mente estar libre del ideal, estar libre de lo opuesto; porque tradicionalmente, a través de siglos de una particular cultura, se nos ha enseñado a aceptar el héroe, el ejemplo, el ideal del hombre perfecto, y a luchar por él. Eso es lo que se nos ha enseñado a hacer. Queremos cambiar la envidia en no-envidia, pero nunca hemos descubierto la manera de cambiarla; y así estamos atrapados en una perpetua pugna.
Ahora bien, cuando la mente se da cuenta de que es envidiosa, esa palabra misma, ¡envidiosa’, es condenatoria. El mero nombrar ese sentimientos condenatorio; pero la mente no puede pensar sino en palabras. Esto es, surge un sentimiento con el cual se ha identificado cierta palabra, de modo que el sentimiento nunca es independiente de la palabra. En cuanto hay un sentimiento, como la envidia, hay el nombrar, de modo que siempre estáis abordando un nuevo sentimiento con una vieja idea, una tradición acumulada. El sentimiento siempre es nuevo, y siempre es traducido en términos de lo viejo.
Ahora bien, ¿puede la mente no nombrar un sentimiento, como la envidia, sino abordarlo de nuevo como algo nuevo? El hecho mismo de nombrar ese sentimiento es convertirlo en lo viejo, es tomarlo y meterlo en el viejo molde. Y, ¿puede la mente no nombrar un sentimiento –es decir, no traducirlo dándole un hombre, y con ello condenándolo o aceptándolo- sino meramente observarlo como un hecho?
Señor, experimente con usted mismo y verá cuán difícil es para la mente no verbalizar, no dar un nombre a un hecho. Esto es, cuando uno tiene cierto sentimiento, ¿puede dejarse ese sentimiento sin nombre, y mirarlo puramente como un hecho? Si podéis tener un sentimiento y seguirlo realmente hasta el fin sin nombrarlo, hallaréis entonces que acaece algo inesperado. Actualmente, la mente aborda el hecho con una opinión, con evaluación, con juicio, con negación o aceptación. Eso es lo que estás haciendo. Hay un sentimiento, que es un hecho, y la mente aborda este hecho con un término, con una opinión, con un juicio, con una actitud condenatoria, que son cosas muertas. Son cosas muertas, carecen de valor, son sólo el recuerdo que actúa sobre el hecho. La mente aborda el hecho con un recuerdo muerto, y por lo tanto el hecho no puede actuar sobre la mente. Pero si la mente sólo observa el hecho sin evaluar, sin juzgar, sin condenación, aceptación o identificación, entonces hallaréis que el hecho mismo tiene una extraordinaria vitalidad, porque es nuevo. Lo que es nuevo puede disipar lo viejo; por lo tanto no hay lucha para no ser envidioso: hay la total cesación de la envidia. Es el hecho que tiene vigor, vitalidad, no vuestros juicios y opiniones sobre el hecho; y pensar el asunto a fondo, del principio al fin, es todo el proceso del darse cuenta.