¿Cuáles son los resultados de las experiencias del deseo [de una mente condicionada]? Son los ropajes y las máscaras que hemos desarrollado mediante nuestras propias actividades volitivas basadas en el temor y en la búsqueda de seguridad; la seguridad en este mundo, con su espíritu adquisitivo, o la seguridad en el más allá, con sus esperanzas y anhelos; la seguridad de la opinión, de las creencias, de los ideales. Estas máscaras y estos ropajes, producto de la actividad volitiva del anhelo, prolongan el proceso sin comienzo del ‘yo’, de esa conciencia que llamamos individualidad. En tanto existan estas máscaras, no podrá haber comprensión de lo real.
Ustedes preguntarán: ‘¿cómo puedo vivir, existir, sin experimentar ningún deseo, ningún anhelo?’. Formulan esa pregunta porque para ustedes esto es tan sólo un concepto teórico, porque no lo han experimentado, no han puesto a prueba por sí mismos su validez, su carácter factual. Si experimentan, percibirán que pueden vivir sin anhelos, de una manera íntegra, completa, y así comprender la realidad, la belleza y plenitud de la vida. Sólo ustedes mismos pueden descubrir –nadie más puede hacerlo por ustedes- si es posible vivir, trabajar y crear estando libres de anhelos y deseos.
Mientras continúe el proceso por el cual el ‘yo’ se rehace a sí mismo mediante las experiencias del deseo, tendrá que haber confusión, dolor y roces de los que la mente trata de escapar buscando la inmortalidad y otra forma de seguridad y consuelo, engendrando así el proceso de explotación. Con la cesación de todas las experiencias del deseo que sustentan la individualidad separativa, adviene lo innominado, la realidad inconmensurable, la bienaventuranza. Para poder experimentar la realidad, uno debe librarse de todas las máscaras que ha desarrollado en la lucha por adquirir, lucha nacida del anhelo.
Estas máscaras nos esconden la realidad. Somos propensos a imaginar que, desembarazándonos de estas máscaras, encontraremos la realidad, o que poniendo al descubierto las numerosas capas del deseo, descubrimos lo oculto. Damos así por sentado que, tras de esta ignorancia, o en las profundidades de la conciencia, o más allá de esta fricción de la voluntad o del anhelo, se encuentra la realidad. Esta conciencia [perteneciente a una mente confusa] compuesta de muchas máscaras, de muchas capas, no oculta dentro de sí la realidad. Pero, a medida que vamos comprendiendo el proceso de desarrollo de estas máscaras, de estas capas de la conciencia, y la conciencia se va liberando de su expansión volitiva, la realidad se manifiesta. Es totalmente erróneo nuestro concepto de que el hombre, aunque limitado, es divino, de que la belleza se halla oculta por la fealdad, la sabiduría sepultada bajo la ignorancia, o que la inteligencia suprema se esconde en medio de la oscuridad. Al discernir cómo, a causa de esta ignorancia sin comienzo y de sus actividades ha surgido el proceso del ‘yo’, y al poner fin a ese proceso, adviene la iluminación. Esta iluminación es una experiencia de lo inconmensurable y no puede ser descrita; es.