En la sociedad samoana, las niñas se transforman en cuidadoras de otros niños más pequeños. Aprenden a encender el fuego y a tejer esteras. Dejan la pandilla para convertirse en los miembros más activos de su familia. También dan largas al matrimonio para poder disfrutar de los amores ocasionales tanto como sea posible, y finalmente, se casan y se dedicaban a criar hijos (…). Las niñas viven el mismo proceso de desarrollo físico que las jóvenes occidentales: los dientes les salen a la misma edad, van creciendo altas y desgarbadas hasta que tienen su primera menstruación, señal de que han entrado en la pubertad, y su organismo va madurando hasta que se encuentran preparadas para dar lugar a otra generación.
Según esto, algunos podrían pensar que la adolescencia de las jóvenes es similar en Estados Unidos y en Samoa. Pero Estados Unidos y Samoa son culturas muy diferentes. Habría que plantearse varias cuestiones. Los cambios corporales que tienen lugar en la pubertad ¿van unidos al desarrollo espasmódico de contenidos emotivos tales como los sentimientos religiosos o los idealistas, y al intenso deseo de afirmar el yo contra la autoridad, o bien carecen de tales concomitancias psicológicas? ¿Constituye la adolescencia un periodo de angustia mental y emocional inevitable para la joven, al igual que el crecimiento de los dientes es causa obligada de dolor para el niño? ¿Podemos considerar la adolescencia como una etapa en la vida que implica conflictos emocionales y zozobras afectivas paralelas al desarrollo corporal? Observando el proceso de crecimiento y maduración de las jóvenes samoanas podemos responder a estas preguntas con un no rotundo (…).
Pero si la adolescencia no tiene por qué constituir un período especialmente difícil en la vida de una joven, y para demostrarlo basta con encontrar una sóla cultura en la que no ocurra ¿cómo se explica la presencia de estas tensiones emocionales en las adolescentes norteamericanas? (…) Tendríamos que buscar la explicación en las diferencias que existen entre los ambientes sociales de una y otra cultura. ¿Qué factores encontramos en Samoa que falten en Estados Unidos y, a su vez, qué factores hay en Estados Unidos que se hallen ausentes en Samoa, como para poder explicar esta diferencia?
Lo que hace que crecer en Samoa sea un proceso tan llano y tan sencillo es la indiferencia complaciente que se palpa en todas las manifestaciones sociales. En Samoa nadie asume riesgos exagerados, ni paga precios elevados por sus convicciones, ni muere por sus ideales. Los desacuerdos se resuelven con sencillez: si hay alguna diferencia entre padres e hijos, el niño sencillamente acude a casa de otro familiar; si un hombre tiene algún problema en su aldea, simplemente se muda a otra; si un hombre seduce a la esposa de otro, todo se arregla con el regalo de unas cuantas esteras. Los samoanos no sienten la amenaza de la pobreza ni tienen miedo a grandes desastres que pongan en peligro sus vidas. No creen en dioses tiranos e iracundos que los castiguen severamente y que turben su sosiego cotidiano. No saben lo que son las guerras ni el canibalismo desde hace mucho, y la máxima causa de sufrimiento, aparte de la muerte, es el viaje ocasional de algún ser querido a otra isla. No se da prisa a los niños ni se les castiga duramente por ser lentos en su desarrollo, sino más bien al contrario, se frena a los más listos y precoces hasta que los más lentos hayan alcanzado su nivel. La misma despreocupación se percibe en las relaciones personales: los sentimientos de odio o amor, rencor o celos, tristeza o duelo, son pasajeros. Y como el bebé goza de los cuidados de tantas mujeres, al ir cambiando descuidadamente de unas manos a otras, aprende a no depender demasiado de una sola persona, ni a depositar grandes esperanzas en una relación en concreto (…).
Esta actitud de indiferencia generalizada, esta tendencia a evitar los conflictos asperos y las situaciones crueles de los samoanos contrasta profundamente no sólo con Estados Unidos, sino también con otras culturas más primitivas. Y aunque podamos deplorar esta actitud alegando que en una sociedad con sentimientos tan superficiales es imposible que se desarrollen fuertes personalidades o grandes creadores, nos vemos obligados a admitir que precisamente aquí está uno de los principales motivos de que la niña samoana pueda transitar sin dolor de la infancia a la madurez como mujer. Como los sentimientos nunca son muy hondos, la adolescente no se ve torturada por estados emotivos intensos y dolorosos (…).
En occidente, los niños tiene que enfrentarse a códigos morales muy diversos. Hay un sistema de normas sexuales para los chicos y otro para las chicas, con muy diferentes interpretaciones; luego, encuentran grupos sociales que proclaman como norma la libertad sexual absoluta, mientras otros defienden la monogamia más estricta (…). El niño samoano no conoce tales contradicciones; para él la sexualidad es algo natural y placentero. Gozará de una libertad amplia, solo limitada por algunas consideraciones relacionadas con su situación social: las hijas y las mujeres de los jefes samoanos tienen vetadas las experiencias extramatrimoniales; así mismo, los hombres responsables de sus familias y las madres están demasiado ocupados con sus obligaciones como para permitirse demasiadas aventuras amorosas ocasionales (…). Comparando ambas culturas nos encontramos con otro asunto importante: la relativa falta de personas neuróticas entre los samoanos, frente al gran número de ellas que hay entre nosotros, los occidentales. Para esclarecerlo debemos analizar los factores que operan en la educación infantil de los samoanos, que posibilitan su desarrollo normal y que los protegen de la neurosis. Tanto el conductismo como el psicoanálisis han enfatizado la importancia que tiene el ambiente en el que se desarrolla la crianza (…). La práctica ausencia en Samoa de tensiones, de dilemas inconciliables, de situaciones que inspiran el miedo, el dolor emocional o la angustia, puede explicar en gran parte lo raros que son los casos de inadaptación psicológica. Igual que un subnormal podría vivir sin excesivas frustraciones en Samoa, mientras que en una gran ciudad norteamericana es considerado como una carga, las personas que padecen ligeros desequilibrios nerviosos pueden adaptarse con mucha mayor facilidad a la vida en Samoa que en Estados Unidos.
Por otra parte, en Samoa no hay esa estrecha vinculación emocional del hijo con los padres, que influye tan decisivamente en Occidente, donde la sumisión a los padres o la rebeldía contra ellos puede convertirse en una pauta decisiva para la vida de muchos individuos. Los niños samoanos son criados en casas donde puede haber media docena de mujeres para cuidarlos y consolarlos, y otros tantos varones, por lo cual no distinguen tan claramente como los nuestros quiénes son sus padres. Las imágenes de la madre amorosa y protectora, y del padre admirable, determinantes para las elecciones afectivas que el niño hará en el futuro, se forman en la mente del samoano por medio de la suma de varias tías, primas, hermanas mayores y abuelas, así como del jefe de la aldea, el padre, los tíos, los hermanos y primos. De ese modo, los niños y niñas samoanos, en vez de interiorizar la imagen de una sola madre bondadosa que se ocupa de él en exclusiva y de un padre cuya autoridad es necesario acatar, se ven envueltos en un mundo compuesto por un conjunto de figuras adultas masculinas y femeninas en las que puede confiar y a las que debe obedecer (…).
Todo ello contrasta vivamente con el hogar estadounidense medio, en el que hay un número reducido de hijos, se establece un intenso vínculo, normalmente permanente, con los padres, y en el que la llegada de cada nuevo hijo puede despertar sentimientos desgarrados de celos en el anterior. En este contexto, la adolescente se hace más dependiente de unos pocos individuos y ello provoca que en el futuro busque sus recompensas afectivas en personas muy concretas (…).
La mujer samoana, sin embargo, no llega a experimentar enamoramiento romántico como lo hacen las occidentales; tampoco se ve abocada a llevar una triste vida de solterona si no ha logrado atraer a algún hombre, o si no ha encontrado ninguno que la atraiga, o a sufrir la frustración de un matrimonio que no ha logrado satisfacer sus elevadas exigencias. En occidente tendemos a considerar que nuestra solución es superior a la de los samoanos, acostumbrados como estamos a encauzar los impulsos sexuales por sendas muy estrechas y aprobadas socialmente (…) pero con la luz que nos da contemplar las soluciones de la sociedad samoana, podemos considerar que el precio que tenemos que pagar por ello es demasiado caro.
Fuente: Margaret Mead. Coming on age in Samoa