A comienzos del siglo XX, el psicólogo y farmacólogo francés Emile Coué inventó un nuevo método de curación, cuya idea de fondo era la autosugestión. En esencia, se trataba de que para sentirse mejor, uno tiene que repetir palabras, imágenes o ideas con las que alimentar su subconsciente, para que éste a su vez condicione su mente. Simplificando la idea, se trata de que si cada noche te repites que “Día tras día, en todos los aspectos, me va a ir cada vez mejor” (su mantra [frase] más famoso), estás poniéndote en el camino para que realmente te vaya mejor. Es decir, alimentas el subconsciente para que éste a su vez guíe la voluntad.
En su tratado, aseguraba que las palabras “difícil”, “imposible” o “no puedo más” hacen mayores los obstáculos, mientras que repitiéndose palabras como “yo puedo” o “esto es fácil” se logran prodigios.
Sus teorías, inspiradas en Bernheim, tuvieron un gran éxito internacional. En Estados Unidos las recuperó Norman Vincent Peale, autor de “The Power of Positive Thinking” (El poder del pensamiento positivo). Su libro, publicado en los años cincuenta, fue interpretado por el gran público como una “gran novedad”. También recomendaba esforzarse en hablar siempre de manera positiva, lo que según él no tardaría en hacernos más felices.
Y hoy en día, sesenta años después, revistas y psicólogos nos siguen recomendando adoptar una “actitud positiva” para sentirnos mejor, vendiéndonos este planteamiento como novedoso, cuando mucho tiempo antes Coué ya había hablado del poder de las palabras.
No cabe duda de que, para una parte de la población, esforzarse en ver la vida de color rosa ayuda a mantener la moral.
Pero podría ser que a otros este esfuerzo les produzca el efecto contrario: imaginarse obligatoriamente un futuro espléndido refuerza el miedo al fracaso y al sufrimiento si no se alcanzan las expectativas. Y al revés, prepararse para cualquier accidente puede provocar alivio e incluso bocanadas de felicidad cuando nos damos cuenta de que, al final, todo ha salido bien. La cuestión es saber a qué grupo pertenece cada uno.
¿A qué grupo pertenece usted?
Si forma parte del segundo grupo, el de las personas que prefieren ponerse en lo peor, es probable que su entorno le esté continuamente reprochando el ser pesimista, derrotista y triste. Pero lo cierto es que no tiene por qué ser así.
Quizá esté practicando, sin saberlo, lo que el psicoterapeuta neoyorquino Albert Ellis, fallecido en 2007, llamaba “la vía negativa hacia la felicidad”.
Se trata de uno de los principios clave de la filosofía estoica, que se remonta a la Antigua Grecia: la mejor forma de prepararse para un futuro incierto consiste, en ocasiones, en imaginarse el peor escenario posible en lugar del mejor.
Cuando se tiene miedo a cosas como perder el trabajo, a las dificultades económicas o a perder el nivel de vida por el que se ha luchado, el máximo representante del estoicismo, el filósofo cordobés Séneca, recomendaba pasar de vez en cuando unos días en la miseria, alimentándose “a base de la comida más simple y común, llevando ropa vulgar y tosca”. Venía a decir que disfrutaremos más de la riqueza si sabemos lo fácil que es soportar la pobreza.
Esto también se aplica en nuestras relaciones con las personas a las que queremos: si no esperamos demasiado de ellas, será más difícil que nos sintamos decepcionados. No esperar nada, o esperar poco, elimina el resentimiento y la decepción a la vez que favorece las sorpresas agradables.
Prepárese para lo peor
Pararse a pensar en el peor escenario y prepararse mentalmente para ello es un ejercicio que los filósofos conocen bien. Lo llaman “Praemeditatio Malorum”, es decir, la premeditación de los males o de las desgracias.
Se trata de imaginarse la pobreza, el sufrimiento y la muerte. Debemos enfrentarnos cara a cara a la realidad de la existencia, no negar que algo así pueda ocurrirnos; que no sólo moriremos, sino que quizá ese momento vaya unido al sufrimiento físico. Pero al mismo tiempo debemos conservar el espíritu de que no es algo ni triste ni injusto, puesto que no depende de nosotros. Son hechos de la naturaleza y la única manera de huir de ellos hubiera sido no habiendo nacido.
Esta técnica puede ayudar a controlar la ansiedad. De hecho, aproximadamente un tercio de la población se refugia en ella de manera inconsciente. Los psicólogos lo llaman “pesimismo defensivo”. El pensamiento positivo, en cambio, busca convencernos de que todo saldrá bien, lo que en algunas personas puede llevarles a la convicción de que, si eso no ocurre, es una catástrofe.
Si usted se encuentra en el grupo de los “pesimistas defensivos”, su vida le aportará más satisfacciones si reduce las expectativas e incluso se prepara para lo peor.
¿Por qué los habitantes de los países pobres se declaran a menudo más felices que los de los países ricos? La razón es que son conscientes de que nada les pertenece y están preparados psicológicamente para perderlo todo en cualquier momento: su casa, sus seres queridos, su vida…
Por consiguiente, mientras siguen viviendo, consideran que, al fin y al cabo, todo va bien y cada mañana dan gracias al cielo por estar vivos, aunque les falte de todo. De ahí su capacidad para sonreír y ser felices, incluso en medio de dificultades de las que a nosotros nos costaría sobreponernos.
Por el contrario, en los países ricos, nuestras exigencias son extremadamente altas. Vemos normal, por ejemplo, que cada mañana podamos llevar a nuestros hijos al colegio y que se queden al cuidado de unas personas hasta la tarde. O que tengamos calefacción en casa. O que haya alimentos en las tiendas, gasolina en las gasolineras. Y cuando el más minúsculo grano de arena se cuela en todo este engranaje, experimentamos una enorme sensación de injusticia, de cólera. Y lo mismo cuando esto pasa en nuestros proyectos personales, nuestras vacaciones, etc.
Imaginarse lo peor: el camino del éxito
El nivel de felicidad que sentimos está, por tanto, muy relacionado con nuestras expectativas. Cuanto más esperamos de los demás y de la vida, mayor es el riesgo de experimentar decepción y tristeza si no se cumplen estas expectativas.
Durante la Guerra de Vietnam, los soldados americanos prisioneros del Viet Cong que más esperanzas depositaban en el futuro (en ser liberados en Navidad, por ejemplo) tenían menos probabilidades de sobrevivir. Los que esperaban lo peor, por el contrario, conseguían aguantar porque nada les sorprendía ni decepcionaba y porque no basaban esperanzas poco probables en las buenas intenciones de sus torturadores.
Según las investigaciones realizadas por Saras Sarasvathy, profesora asociada de Administración de empresas en la Universidad de Virginia, vivir sin expectativas poco probables no sólo resulta necesario para un mejor equilibrio interior, sino que también implica, a menudo, un mayor éxito profesional.
En un proyecto de investigación, entrevistó a 45 directivos que habían conseguido que sus empresas cotizasen en Bolsa (logro que en Estados Unidos está considerado como el éxito definitivo para un emprendedor). La conclusión es que ninguno de ellos lo había planeado en un principio, ni había realizado ningún estudio de mercado que le hubiera permitido preverlo.
Al revés: en lugar de fijarse un objetivo inmenso y después establecer un plan para alcanzarlo, todos ellos habían partido de la realidad de su situación, de los recursos con los que contaban, y después habían fijado los objetivos que parecían razonables, en función de las limitaciones. Más que pensar en la posibilidad de tener ganancias espectaculares, se habían preguntado cuáles serían sus pérdidas si la empresa quebraba. Si esas pérdidas parecían soportables, comenzaban a trabajar.
Por consiguiente, la “vía negativa” es una escuela de realismo y puede que eso explique que las personas que la toman suelan tener más éxito que los demás.
El futuro es en efecto incierto y es verdad que las cosas pueden torcerse, pero también pueden torcerse en la buena dirección. Si sólo estamos preparados para la hipótesis de que todo va a salir bien, nos sentiremos completamente abatidos cuando las cosas salgan mal. Mientras que si estamos preparados para que las cosas se tuerzan y nos llevamos la maravillosa sorpresa de que salen bien, nos encontraremos en la mejor posición para disfrutar al máximo de esa situación.
Fuente: Tener S@lud.