Ahí lo tenía, más claro que el agua: dos líneas azules me observaban desde el pequeño test de embarazo que acababa de comprar.
Un doble check.
Una línea = no embarazada.
Dos líneas = embarazada.
Vale, entonces estaba embarazada, definitivamente.
El corazón me latía con fuerza.
La cabeza me daba vueltas.
Y tenía el estómago revuelto.
Estaba nerviosa, emocionada, aterrada y a punto de entrar en éxtasis. Todo eso al mismo tiempo.
¡Me estaba ocurriendo de verdad! Después de años soñándolo, preparándome y anticipándome a ese día, por fin estaba ahí. Iba a ser madre.
Pero todavía no sabía que en nueve cortos meses empezaría el viaje más agotador, más trascendental, más desgarrador e indescriptiblemente gratificante de mi vida.
En nueve meses, aprendería el precio de la maternidad de primera mano. Sabría exactamente lo que supone ser madre. Ganaría en entendimiento y gratitud hacia la bella mujer que llamo Mamá.
Aprendería lo que experimentan las madres y sobre lo que sus hijos tienen poco conocimiento.
Éstas son las 10 cosas que tu madre nunca te dijo.
- La hiciste llorar… mucho. Lloró cuando se enteró de que estaba embarazada. Lloró cuando te dio a luz. Lloró la primera vez que te tuvo en brazos. Lloró de alegría. Lloró de miedo. Lloró de preocupación. Lloró porque se siente profundamente unida a ti. Sintió tu dolor y tu alegría y lo compartió contigo, aunque no te dieras cuenta.
- Quería ese último trozo de tarta. Pero al ver que tú lo mirabas con esos grandes ojos y que te pasabas la lengua por la boquita, no pudo comérselo. Sabía que le haría más feliz en tu boca que en la suya.
- Le dolía. Cuando le tirabas del pelo, le dolía; cuando la agarrabas con esas uñas imposibles de cortar, le dolía; cuando le mordías para mamar, también le dolía. Le dabas pataditas en las costillas; le ensanchaste el estómago durante nueve meses; hiciste que se contrajera de un dolor agonizante cuando llegaste al mundo.
- Siempre estaba asustada. Desde el momento en que te concibió, hizo todo lo que tenía en su mano para protegerte. Se convirtió en tu mamá osa. Era esa mujer que quería decir que no cuando la hija de la vecina pedía cogerte en brazos, y que temía cuando lo hacía, pues en su opinión nadie como ella podía mantenerte a salvo. Casi se le sale el corazón del pecho cuando diste tus primeros pasos. Se quedó despierta hasta tarde para asegurarse de que llegabas a casa sana y salva, y se despertó temprano para despedirse de ti cuando ibas al colegio. En cada golpe y cada traspié, ella estaba cerca; y dispuesta a calmarte tras un mal sueño o una noche de fiebre. Ella estaba ahí para asegurarse de que tú estabas bien.
- Sabe que no es perfecta. Ella misma es su peor crítica. Sabe todos sus defectos y a veces se odia por ello. Y es más dura consigo misma en lo que a ti se refiere. Querría ser la madre perfecta y no hacer nada mal, pero es humana, y cometió errores. Probablemente siga intentando perdonárselos. Desearía con todo su corazón volver atrás y hacer las cosas de otra manera, pero no puede, así que sé buena con ella. Ten en cuenta que lo hizo lo mejor que supo.
- Te observó mientras dormías. Hubo noches en las que estuvo despierta hasta las 3, rezando para que te quedaras dormida. Apenas podía mantener los ojos abiertos cuando te cantaba, y te pedía “duérmete, por favor”. Entonces, cuando al fin te dormías, te tumbaba y todo su cansancio desaparecía durante un corto segundo cuando se sentaba a tu lado y miraba esa carita perfecta, experimentando más amor del que creía posible, a pesar de sus brazos cansados y sus ojos doloridos.
- Te llevó consigo mucho más de nueve meses. La necesitabas. Y ella a ti. Aprendió a tenerte en brazos mientras limpiaba, mientras comía, e incluso mientras dormía. A veces, ésta era la única forma. Se le cansaban los brazos y le dolía la espalda, pero te seguía cogiendo porque tú querías tenerla cerca. Te abrazaba, te mimaba, te daba besos y jugaba contigo. Te sentías a salvo, querida y feliz en sus brazos, así que ella te cogía siempre que lo necesitabas.
- Se le rompía el corazón cada vez que llorabas. No había sonido más triste que tu llanto, ni visión más terrible que tus lágrimas. Hacía todo lo posible para que dejaras de llorar y, cuando no podía detener tus lágrimas, el corazón se le hacía añicos.
- Te ponía en primer lugar. Podía mantenerse sin comer, sin ducharse y sin dormir. Siempre ponía tus necesidades por delante de las suyas. Se pasaba todo el día pendiente de tus necesidades y, al terminar el día, ya no le quedaba energía para sí misma. Aun así, al día siguiente, se levantaba y lo volvía hacer. Tú significabas demasiado para ella.
- Lo volvería a hacer. Ser madre es uno de los trabajos más difíciles que alguien puede realizar. A veces, te lleva hasta el límite. Lloras, sufres, lo intentas, fracasas, trabajas y aprendes. Pero también experimentas más alegría de la que pensabas posible, y más amor del que tu corazón puede contener. A pesar del dolor, del sufrimiento, de las noches sin dormir y de los madrugones que hiciste pasar a tu madre, lo volvería a hacer de nuevo porque, para ella, te lo mereces. Por tanto, la próxima vez que la veas, dale las gracias; dile que la quieres. Nunca se cansará de oírlo y nunca serán demasiadas las veces que se lo digas.
Autora: Natasha Craig