Lunes, 30 de Diciembre de 2024

FRANÇOIS, DUQUE DE LA ROCHEFOUCAULD:

 

Lo que el mundo llama virtud no es ordinariamente sino un fantasma formado por nuestras pasiones, al que se da un nombre honrado para hacer impunemente lo que uno quiere.

La humildad es la peor demostración de engreimiento.

El medio más fácil para ser engañado es creerse más listo que los demás.

La confianza sirve en las conversaciones más que el ingenio.

El daño que hacemos no nos trae tantas persecuciones y odios como nuestras buenas cualidades.

Es más fácil ser sabios con otros que con nosotros mismos.

Es la prerrogativa de los grandes hombres tener solo grandes defectos.

Hay defectos que, bien manejados, brillan más que la misma virtud.

La imperiosa necesidad de subsistir no debe obligar a un hombre a renunciar a su dignidad.

La felicidad estriba en nuestro placer y no en las cosas; somos felices por poseer lo que amamos y no por poseer lo que los demás juzgan deseable.

Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera.

La última etapa del amor sólo es dolor porque el placer va desapareciendo.

Muchas veces se hace el bien para poder hacer impunemente el mal.

Si juzgamos el amor por la mayor parte de sus efectos, se parece más al odio que a la amistad.

Ni el Sol ni la muerte pueden mirarse fijamente.

Los ancianos se complacen en dar buenos consejos, porque así se consuelan de no encontrarse ya en situación de dar malos ejemplos.

Lo que hace que la mayoría de las mujeres sean tan poco sensibles a la amistad es que la encuentran insípida una vez que han probado el gusto del amor.

La confesión de los pequeños defectos es frecuentemente un deseo de dar a entender que no tenemos otros mayores.

La gratitud es como la buena fe de los mercaderes, que sostiene el comercio; y si pagamos, no es porque sea justo saldar nuestras cuentas, sino para encontrar más fácilmente gentes que nos presten.

El perfecto valor consiste en hacer sin testigos lo que se sería capaz de hacer ante todo el mundo.

A todos nos sobran fuerzas para soportar los males ajenos.

Amamos siempre a los que nos admiran, pero no a los que admiramos.

Todo el mundo se queja de no tener memoria y nadie se queja de no tener criterio.

Quien vive sin locura no es tan cuerdo como parece.

En la adversidad de nuestros mejores amigos siempre hallamos algo que no nos desagrada del todo.

La ausencia disminuye las pequeñas pasiones y aumenta las grandes, lo mismo que el viento apaga las velas y aviva las hogueras.

Olvidamos nuestras faltas con mucha facilidad cuando sólo las conocemos nosotros.

Pueden decir todo lo bueno que quieran de nosotros, pero nunca nos dirán nada nuevo.

Llevar una dieta demasiado severa para guardar la salud es una enfermedad tediosa.

Un necio no tiene suficiente tela para ser bueno.

El interés que ciega a unos alumbra a otros.

Rechazar una alabanza es desearla doble.

Sólo está seguro el que no admite a nadie en su confianza.

Hay varias clases de curiosidad: una, interesada, que nos lleva a desear aprender lo que nos puede ser útil; otra, orgullosa, nacida del deseo de saber lo que otros ignoran.

La simplicidad afectada es una impostura refinada.

A menudo creemos odiar la adulación, y lo que odiamos es la forma en que nos adulan.

Hay personas tan ligeras y tan frívolas que son incapaces de tener verdaderos defectos como sólidas cualidades.

Una amistad reanudada requiere más cuidados que la que nunca se ha roto.

Se encuentran medios para sanar la locura, pero no se encuentran para enderezar una mente retorcida.

Si tuviésemos suficiente voluntad, casi siempre tendríamos medios suficientes.

Los espíritus mediocres condenan generalmente todo aquello que no está a su alcance.

Se perdona en la medida en que se ama.

Tan fácil es engañarse a sí mismo, sin darse cuenta, como difícil engañar a los demás sin que lo descubran.

Si no nos aduláramos jamás mutuamente, la vida sería menos placentera.

La pobreza espiritual produce la obstinación. No creemos fácilmente en lo que está más allá de lo que alcanzamos a ver.

Se ha hecho una virtud de la moderación para limitar la ambición de los grandes hombres y consolar a los mediocres de su poca suerte y escaso mérito.

La filosofía triunfa fácilmente de los males pasados y futuros, pero los males presentes triunfan de ella.

Apresurarse demasiado a corresponder un favor constituye una especie de ingratitud.

La mayoría de las mujeres no lloran tanto la muerte de sus amantes por haberlos querido como por parecer más dignas de ser amadas.

Hay momentos en la vida en que conviene ser un poco loco para salir bien parado.

No tenemos bastante fuerza para seguir todas las indicaciones de nuestra razón.

Si no tuviéramos orgullo no nos lamentaríamos del orgullo ajeno.

Un sensato puede amar como un loco, pero nunca como un necio.

Lo que hace que los amantes no se aburran nunca de estar juntos es que se pasan el tiempo hablando siempre de sí mismos.

Pocas personas hay que no se avergüencen de haberse amado cuando ya no aman.

El egoísmo es el mayor de los embaucadores.

La mayoría de los héroes son como algunos cuadros, no se les debe mirar de cerca.

El silencio es el partido más seguro para aquel que desconfía de sí mismo.

El verdadero amor es como los espíritus: todos hablan de ellos, pero pocos los han visto.

El deseo de ser hábil impide a veces serlo.

No hay tonto más molesto que el ingenioso.

Generalmente no se alaba sino para ser alabado.

Poca gente domina el arte de saber envejecer.

Nunca se desea ardientemente lo que sólo se desea por la razón.

En la mayor parte de los hombres el amor a la justicia no es más que el dolor de sufrir la injusticia.

¡Cuán corriente es no considerar sensatos sino a los que piensan como nosotros!

La juventud es una embriaguez continua, es la fiebre de la razón.

El mejor medio de conservar los amigos es no pedirles ni deberles nada.

Lo que a menudo nos impide abandonarnos a un vicio es que tenemos varios.

Aconsejamos, pero no inspiramos conductas.

Es necesario tener tanta discreción para dar consejos, como docilidad para recibirlos.

Mientras más se quiere a una mujer, más cerca se está de odiarla.

Sólo hay una especie de amor, pero existen mil copias diferentes.

No se debe juzgar del mérito de un hombre por sus grandes cualidades, sino por el uso que sabe hacer de ellas.

El mayor esfuerzo de la amistad no es mostrar nuestros defectos al amigo, sino hacerle ver los suyos.

Algunos necios suelen tener ingenio, pero ninguno tiene discreción.

Nunca otra cosa damos con tanta liberalidad como nuestros consejos.

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